la naturaleza es la llamada ideológica del xenomorfo
Uno de los problemas del ecologismo, como en general de practicamente toda ideología cultivada en occidente, es su tendencia necesariamente mesiánica: la llegada de un héroe ‑o grupo de héroes, como bien puede ser cualquier organización medioambiental- ha de salvar la Naturaleza. Entre esta tendencia hacia la necesidad del heroísmo, dejando a los demás en una posición de villanía, desarrollan conceptos fuertes a través de los cuales justificar sus acciones. Por ello cuando uno corta un árbol está agrediendo a la Naturaleza, el que contamina un río desestabiliza el Equilibrio y quien da caza a un animal está cometiendo un Asesinato o, directamente, un Genocidio. Esto que quizás en términos más débiles podría ser fehaciente, tema en el que no entraremos a otra stricto sensu, en términos fuertes se convierte en una muestra de absolutismo; la profusión de una terminología de conceptos absolutos conduce hacia una Verdad creada, no original, que nos lleva al todo vale para conseguir nuestros objetivos. Algo así es lo que nos encontraríamos en el irregular aun cuando interesante Aliens Alchemy.
Los supervivientes humanos de un accidente de su nave en un mundo alejado de la Tierra se forman en una comunidad más o menos bien avenida que lucha entre dos polos diametralmente opuestos: un fundamentalismo religioso mesiánico-ecologista y el avance tecnológico que contamina su tierra. Ante la tesitura de si vivir en un mundo dominado por el fundamentalismo con los problemas que produce la ausencia de tecnología pero en el que no se repetirán los problemas de la aniquilación de la naturaleza o un abrazo de la tecnología en el que la naturaleza morirá lentamente para mayor comodidad de todos habrá alguien que tendrá algo que decir: los xenomorfos. Pero aquí no se representan como una amenaza endemoniada nacida de lo más brutal de la naturaleza, sino todo lo contrario: son la fuerza nacida de la contaminación; los monstruos que, teóricamente, han nacido de los ríos y pantanos arrasados por los productos insalubres que han sido arrojados a sus flujos. De éste modo la lucha se torna en una lucha de fundamentalismos en las que no hay posible ganador, todos han de perder necesariamente. Y nada más.
Aunque el cómic no da más de sí, convirtiéndose en un pseudo-alegato pro-tecnología pero con conciencia, acaba por redefinir el auténtico campo a combatir por cualquiera que intente acabar con la realidad ideológica: su mesianismo. Sólo cuando se destruyen los mesías de ambos lados y se hacen comprenderse ‑o, lo que es lo mismo, cuando naturaleza y tecnología se aúnan- es cuando puede haber un diálogo auténtico no dominado por la delimitación arbitraria de la ideología. No existe diálogo antes de la eliminación de toda barrera ideológica.