La experiencia interior se da en el introducir al dios exterior en mi mundo
Marebito, de Takashi Shimizu
La posibilidad de observar el terror es, en sí misma, un absurdo que contradice el principio propio de aquello que pretende aprehender. El terror, como la experiencia interior de extinción pura que supone éste —lo cual no significa necesariamente que todo terror sea terror a la muerte, sino que todo terror nos enseña algo sobre nosotros o sobre el mundo que anula y nos hace superar nuestra propia condición presente — , se construye como modus vivendi que no sólo nos muestra como es el mundo más allá de lo que creemos conocer, sino que nos muestra como podría ser; no es posible conocer el terror desde la distancia, observándolo como una cierta provocación infinitamente lejana con la cual dialogar desde la seguridad, pues el terror sólo puede experimentarse viviendo el terror. El instinto que nos arroja fuera de nuestra mismidad supone el salir fuera de mi mismo que me hace estar más allá del sentido, de la humanidad, del mundo: sólo en tanto experimento una catarsis que me desboca más allá de mi misma humanidad, sólo en tanto soy preñado por la posibilidad de la conciencia interior, puedo alcanzar un estado superior de mi propio ser.
¿Puede un hombre conocer el terror que ha conocido otro hombre? Nunca en caso alguno. Toda experiencia vivida en el mundo configura sus propias particularidades, pues nadie vive la misma experiencia que otra persona del mismo exacto modo como si, de hecho, sus circunstancias vitales fueran las mismas. Cada individuo es parte del mundo pero es el mundo, su propio mundo, y, por ello, no puede escapar de esa doble experiencia: comparte sus vivencias con los demás, pero sólo desde la unicidad que supone en el contexto de su propia existencia. Yo no puedo vivir en Marebito lo mismo que ninguna otra persona hasta el punto de que ni siquiera puedo experimentar lo que Takashi Shimizu vivió en ella —aunque sí podré vivir lo que buscaba, y sobretodo lo que logró, producir en el experimentar la película en los otros. Toda experiencia es unívoca, dependiente de la propia configuración particular de mi propio ser.