Lo femenino es algún otro. Sobre «El infierno de las chicas» de Kyusaku Yumeno
La diferencia, la otredad, rara vez busca ser comprendida. Creemos conocer el trasfondo vital de los otros, poder comprender por qué actúan como lo hacen —especialmente cuando no hacen lo que nosotros querríamos; reducimos sus motivaciones a alguna clase de brújula moral absoluta, sea esta política o moral — , como si no fueran entidades que siempre están, al menos en cierta medida, en un plano umbrío a nuestros ojos; no vivimos sus vidas, no son nosotros, por lo cual su experiencia del mundo siempre será más compleja de lo que supongamos a priori. Las personas no son arquetipos, plantillas, comportamientos predefinidos. Si son otredades, algún otro, es porque tienen un Yo que se define a través de la experiencia personal que no podemos delimitar, de forma estricta, a través de patrones preestablecidos. Las personas son algo más que sus ideas o la totalidad de sus experiencias, porque también son dependientes del valor que confieran a cada una de ellas.
Entre las otredades, la femenina es la más sistemáticamente maltratada. Con un sistema creado por hombres y para hombres, las mujeres en nuestra sociedad son siempre ciudadanas de segunda clase; la experiencia de sus cuerpos se invisibiliza, se pretende que esté ahí sólo como complemento de lo masculino. Como si lo femenino emanara de lo masculino. En esa pretensión inconsciente en la cual somos educados, Kyusaku Yumeno encuentra la posibilidad de retratar no sólo la tragedia cotidiana de la mitad del género humano, sino también de la imposibilidad de penetrar en la experiencia vital de otra persona: sus chicas son víctimas, pero no débiles, ya que hacen todo lo que está en su mano para no naufragar en un mundo hecho a imagen y semejanza del infierno. Infierno no porque sea un castigo por haber nacido del género equivocado, sino porque está formulado a través de la subordinación absoluta de su existencia.