La representación pura de la idea es el acto inconmensurablemente bello que la vehicula
Kinetic Typography — Language, de Stephen Fry y Rogers Creation
En la sociedad está muy mal visto usar bien el lenguaje. Con esto me refiero al hecho de que parece haber una delimitación muy exacta desde dos polos totalmente contrapuestos de que supone el lenguaje: los defensores del lenguaje llano y los defensores de la legislación absoluta del lenguaje. Los primeros propugnan una defensa a ultranza de la necesidad del habla coloquial, produciendo un linchamiento masivo a través de la parodia de cualquiera que se digne a hablar con una cantidad mayor de doscientas palabras, una dicción pésima y la querencia de no cometer abortos ortográficos o gramaticales que sólo tienen cabida en el lenguaje sms; los segundos son su oposición diametralmente opuesta, aquellos que apremian la forma sobre el fondo y resaltan su absoluta intolerancia hacia cualquier mínima desviación del lenguaje en su sentido formativo férreo: toda performatividad o cambio en el lenguaje, cualquier desviación mínima de las normas sea cual sea su uso o intención, es para estos sujetos un acto de criminalidad lingüística pura. Esto lo sabe muy bien Stephen Fry por ser, precisamente, uno de estos extraños sujetos que se sitúan en el justo medio: los estetas del lenguaje.
¿En qué se diferencia un esteta del lenguaje del común de los normales? Que éste disfruta de forma notoria haciendo uso del lenguaje, moviéndolo a través de sus más variopintas formas, ejerciéndolo en genuflexión para comprobar hasta que punto se flexibiliza en su condición conformante antes de ponderarse miasmático. Igual que bailamos o hacemos deporte para ejercer nuestro físico y porque, en último término, un dominio esencial del cuerpo acaba en una serie de elegantes movimientos vistosos para la vista, no sería redundante ni estúpido que practicáramos con el mismo mimo con el lenguaje para que se torne en vistosos giros imposibles, en piruetas desquiciadas y en saltos anormales que nos ensimismen en su más pura belleza; el lenguaje, como la materialidad misma del acto físico, puede ser llevado hasta un punto donde troquela su propia parcela de belleza absoluta más allá de la normalidad cotidiana. Las piruetas del lenguaje de un orador magnífico puede ser tan vistoso como la mejor de las exhibiciones de una bailarina que ha dedicado su vida a la maximización de los recursos de su economía de movimientos.