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The Sky Was Pink

ni tú ni yo, es la suma de nuestras ideas comunes inalienables

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En oca­sio­nes pa­ra con­fluir en una en­ti­dad co­mún con el otro, a pe­sar de te­ner una he­ren­cia co­mún que nos acer­ca, es ne­ce­sa­rio ir más allá de los ele­men­tos co­mu­nes que nos unen has­ta el mo­men­to. Esto es así por­que, an­te la im­pe­rio­sa ne­ce­si­dad de uni­fi­car el dis­cur­so, es más fá­cil par­tir de los ci­mien­tos co­mu­nes de am­bos ha­cia un nue­vo dis­cur­so que in­ten­tar uni­fi­car am­bos dis­cur­sos ple­nos por sí mis­mos; es más pro­ba­ble con­se­guir lle­gar a la co­he­ren­cia des­de un tra­ba­jo co­mún pri­me­ro que des­de una me­ra con­mu­ta­ción de tér­mi­nos afi­nes. Es por eso que, en el abor­da­je de un split, mu­chos gru­pos co­mien­zan una de­ri­va mu­si­cal ha­cia otros pas­tos más ver­des cuan­do su so­ni­do ha que­da­do an­qui­lo­sa­do en el pa­sa­do ya que la pre­sen­cia del otro me vi­go­ri­za y ofre­ce pau­tas a tra­vés de tra­zos co­mu­nes de co­mo pue­do al­can­zar ese nue­vo es­ta­do del yo. Por eso no es ex­tra­ño el ex­tra­va­gan­te tra­ba­jo rea­li­za­do por Boris y Saade en su Vrah/Czechoslovakia split.

Con un so­ni­do que se ale­ja de los so­ni­dos sto­ner de am­bos gru­pos edi­fi­can un so­ni­do co­mún pa­ra re­don­dear el con­jun­to: un crust con tin­tes del black me­tal más an­ti­guo. De és­te mo­do asu­men am­bos su he­ren­cia del me­tal ex­tre­mo pe­ro, es­pe­cial­men­te, de sus pri­me­ros pi­ni­tos en la mú­si­ca ‑es­pe­cial­men­te Boris, en su pa­pel de Anal Fang Satan- a tra­vés del hard­co­re punk. Por ello de­sa­rro­llan­do un so­ni­do con­tun­den­te y arro­lla­dor que pa­re­ce no ser­le pro­pio a nin­guno de los gru­pos, pe­ro lo es. En el ca­so de Vrah en­con­tra­mos el so­ni­do pe­sa­do y abra­si­vo de unas gui­ta­rras sto­ner que nos han de­vuel­to con pul­sión re­no­va­da Saade en­tre una ma­ris­ma de rui­dis­mo old-school per­fec­ta­men­te eje­cu­ta­do. Sin em­bar­go en Czechoslovakia pe­san más unos de­sa­rro­llos cir­cu­la­res, cer­ca­nos al dro­ne, en­fa­ti­za­dos por el uso de unas gui­ta­rras que van os­ci­lan­do en­tre el hard rock más vio­len­ta­do y un to­que psy­cho­dé­li­co su­til­men­te delicioso.

Con és­te split Boris y Saade con­si­guen la ma­gia que pa­re­cía im­po­si­ble: uni­fi­car el so­ni­do de dos gru­pos en un úni­co so­ni­do co­mún res­pe­tan­do los ele­men­tos di­fe­ren­cia­do­res de ca­da uno de ellos; el dia­blo es­tá en los de­ta­lles y, por ello, ca­da uno de los gru­pos guar­da su se­ña de iden­ti­dad su­bor­di­nán­do­lo a un so­ni­do co­mún pro­pio. No hay un in­ten­to de con­du­cir al otro al te­rreno que le es más pro­pi­cio, al con­tra­rio, pues siem­pre hay una in­ten­ción de co­ger unas pau­tas co­mu­nes ‑un so­ni­do de crust con­tem­po­rá­neo he­re­da­do del black me­tal aun con de­jes del trash- a tra­vés de las cua­les, a pos­te­rio­ri, aña­dir sus pro­pios ele­men­tos di­fe­ren­cia­do­res del dis­cur­so. Es por eso que és­te split no lle­ga a ser una en­ti­dad nue­va, un gru­po nue­vo, pe­ro si el tra­ba­jo co­mún de dos en­ti­da­des se­pa­ra­das que dan a luz una mí­me­sis de sus pen­sa­mien­tos en co­mún; una obra de ar­te que sin­te­ti­za el ca­rác­ter pro­pio pe­ro esen­cial­men­te nue­vo de dos iden­ti­da­des di­fe­ren­tes. El na­ci­mien­to de la im­pía co­mu­nión en­tre el yo y el otro es la sín­te­sis del sen­ti­men­ta­lis­mo puro.