toda creación es una montaña de potencial finito en el infinito

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Dawn At Vara, de Biosphere

La idea de ser arro­ja­dos en el mun­do con­lle­va unas dis­po­si­cio­nes me­ta­fí­si­cas mu­cho más pro­fun­das de las que, a prio­ri, pa­re­cen es­ta­ble­cer­se. La más ra­di­cal e im­por­tan­te pa­ra lo que aquí nos ocu­pa es que so­mos en­ti­da­des aje­nas del mun­do aun cuan­do de­pen­de­mos ra­di­cal­men­te del mun­do; aun­que so­mos en­ti­da­des tras­cen­den­ta­les nues­tra pre­sen­cia es la que con­fi­gu­ra el mun­do en sí. Esta es una vi­sión del mun­do que no com­par­ti­ría en ab­so­lu­to el techno, co­mo ya vi­mos con an­te­rio­ri­dad a tra­vés de Ken Ishii, por su con­di­ción nomádica.

Cuando Biosphere abor­da es­te Dawn At Vara lo ha­ce des­de una con­for­ma­ción del techno des­de una pers­pec­ti­va pu­ra­men­te am­bient: hay un de­sa­rro­llo pues su cir­cu­la­ri­dad, no­ción pro­pia del techno, es evolutiva- que con­for­ma un pai­sa­je a tra­vés de for­mas ob­je­tua­les. De és­te mo­do, co­mo nos de­mues­tran las imá­ge­nes que van tru­fan­do en co­mu­nión la can­ción, in­ten­tan car­to­gra­fiar de for­ma exhaus­ti­va el mun­do de la mon­ta­ña y las re­la­cio­nes que se dan en­tre él y su su­per­fi­cie. Es por ello que ve­mos una y otra vez di­fe­ren­tes la­de­ras de la mon­ta­ña, el cie­lo y la ex­ten­sión de lla­nu­ras cir­cun­dan­tes co­mo en­ti­da­des que de­fi­nen la iden­ti­dad de la pro­pia mon­ta­ña a tra­vés de la re­la­ción de sus par­tes y sus ob­je­tos cir­cun­dan­tes con res­pec­to de ella mis­ma. O lo que es lo mis­mo, la mon­ta­ña de­fi­ne su iden­ti­dad pri­mor­dial a tra­vés de la re­la­ción que es­ta­ble­ce con la geo­gra­fía exis­ten­cial que se cir­cuns­cri­be en, ba­jo, so­bre y al­re­de­dor de ella.

Pero no só­lo los ele­men­tos oro­grá­fi­cos de­fi­nen la iden­ti­dad de la mon­ta­ña, pues tam­bién los fe­nó­me­nos me­te­reo­ló­gi­cos, las ac­ti­vi­da­des fí­si­cas o el cie­lo en sí mis­mo ejer­cen re­la­cio­nes de po­der que de­fi­nen y per­mu­tan es­ta mon­ta­ña ideal (lo que se de­fi­ne a tra­vés de la mú­si­ca) y real (lo que se de­fi­ne a tra­vés de la ima­gen). Todo cuan­to exis­te al­re­de­dor de la mon­ta­ña nos per­mi­te de­fi­nir la iden­ti­dad de la mon­ta­ña pues si la mon­ta­ña es pe­li­gro­sa lo es tan­to por sus con­di­cio­nes oro­grá­fi­cas (es muy es­car­pa­da) co­mo por sus con­di­cio­nes me­te­reo­ló­gi­cas (su ten­den­cia ha­cia las ven­tis­cas de nieve).

Sin em­bar­go du­ran­te to­da la his­to­ria ve­mos la mano del hom­bre de­trás de ella, ya sea en imá­ge­nes de per­so­nas re­la­cio­nán­do­se con la mon­ta­ña co­mo la in­clu­sión ‑ex­tre­ma­da­men­te anó­ma­la en el techno, por otra parte- de vo­ces hu­ma­nas, ¿co­mo afec­ta es­to a la na­rra­ti­va? De nin­gu­na ma­ne­ra. La re­la­ción del hom­bre con la mon­ta­ña no de­fi­ne la iden­ti­dad de la mon­ta­ña más allá de que su ca­pa­ci­dad ins­tru­men­tal es ma­yor ‑o lo es, al me­nos, en cier­tos sentidos- a la ho­ra de in­ter­ac­tuar con la mon­ta­ña. Por eso la po­si­ción del hom­bre con res­pec­to del mun­do no es una si­tua­ción pri­vi­le­gia­da en la cual só­lo es po­si­ble que el mun­do sea pen­sa­do, sea de­fi­ni­do a tra­vés de for­mas iden­ti­ta­rias, si hay una men­te ra­cio­nal pen­sán­do­lo; el mun­do se pien­sa así mis­mo a tra­vés de las for­mas de re­la­ción que se dan en­tre to­das las for­mas que se re­la­cio­nan en in­ter­ac­ción en­tre sí en el mun­do. Y es así has­ta el pun­to de que un hom­bre muer­to col­gan­do de una so­ga, en tér­mi­nos del mun­do, só­lo es una se­ñal más equi­va­len­te pa­ra la cons­truc­ción iden­ti­ta­ria de la mon­ta­ña que el de la ven­tis­ca: es­ta mon­ta­ña es peligrosa.

Es por ello que la con­cep­ción de la mon­ta­ña, la no­ción instrumental-creadora que se da en es­te po­li­mor­fo ambient/techno, se de­fi­ne a tra­vés de las re­la­cio­nes po­ten­cia­les que se dan en­tre to­dos los ele­men­tos que la con­for­man sin te­ner un pri­vi­le­gio es­pe­cial nin­guno de ellos. Como una suer­te de co­na­tus spi­no­ziano to­dos los ob­je­tos del mun­do tie­nen un va­lor on­to­ló­gi­co equi­va­len­te; to­dos los ele­men­tos que com­po­nen el mun­do son com­po­nen­tes in­ma­nen­tes del mun­do. Y es por ello que más allá del mun­do, de la mon­ta­ña que di­bu­ja el techno, só­lo exis­te la na­da co­mo un in­fi­ni­to (ma­te­má­ti­co) de po­ten­cial crea­dor absoluto.

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