El deseo es el hermano menor de la obsesión y, por ello, en ocasiones es dificil diferenciar cual de ambos es que nos está atenazando el alma. Lo que puede parecer un deseo benigno puede esconder detrás obsesiones enfermizas del mismo modo que pasiones desenfrenadas pueden albergar deseos equilibrados. Es dificil diferenciar el deseo de la pasión, y sobre ello gira la sorprendente Branded to Kill de Seijun Suzuki.
Goro Hanada es un asesino, específicamente el 3º en un particular ranking que clasifica el valor de los diferentes profesionales de la muerte. Todo se complicará para él cuando conozca a Misako, una chica misteriosa con una irrefrenable pulsión de muerte, que le hará un peculiar encargo: asesinar a un hombre sobre el cual sólo tendrá tres segundos de visibilidad. Su fracaso iniciará una persecución mortal donde Goro no podrá confiar en nadie más salvo en su instinto y sus deseos con tal de salir adelante. Clasifica como una obra maestra del absurdo va circulando siempre por los senderos más inhóspitos que podamos considerar al basar todo su discurso en un caracter puramente simbólico. El cruce entre unas actuaciones cercanas al teatro kabuki, el pop art, la sátira gruesa y cierta obsesión heredada del surrealismo por el psicoanálisis da lugar a un cruce de flujos intencionales que subrayan siempre en plano alegórico todo lo ocurrido. Es un noir de claroscuros ‑literalmente en cuanto su imagen también- pero es especialmente una película sobre la deriva del deseo amoroso a través de las pulsiones sexuales.
En la película sólo ocurre una cosa: Goro Hanada se enfrenta con diferentes formas de actuar ante el deseo amoroso. Con su mujer, Mami, tiene una relación tormentosa donde todo se dirime en el campo de una sexualidad anárquica, bestial, donde las pulsiones se ven desatadas libremente en favor del retorno a un estado de naturaleza; de no-muerte. Como única forma de negación de la posibilidad de la muerte la única opción es el sexo brutal y desatado. Todo esto se ve destruido a través de su relación con Misako por la cual siente una pasión amorosa desenfrenada que se ve realzada por las mariposas; el símbolo del amor secreto. Su negativa de darle arroz hervido, olor por el cual siente una especial excitación, produce que Goro encuentre en Misako alguien con quien puede aceptar su propia condición: se enamora de Misako en tanto ella le conforma en vida. En el tramo final de la película, en la surrealista confrontación cotidiana contra nº1, el deseo se enmascara con respecto al otro. Aquí también hay una negación taxativa pero se da tanto de la vida como de la muerte, la única opción de Goro es la inacción ante la vida y muerte que le son negadas una y otra vez. Así, obsesionado con la capacidad de escribir el destino ajeno de nº 1, se determina en querer arrebatarle su puesto y con ello, su poder. Y así alcanza a perder todo aquello que había deseado, por la obsesión por tener el poder de un Dios, el poder del nº 1, destruirá todo aquello que una vez había amado.
Los pájaros no la libertad y las mariposas el amor secreto. Y nuestro protagonista no es más que el hombre que después de negar la muerte abraza el amor puro, de la vida, y ante la desesperación de su perdida se deja llevar por una obsesión enfermiza de poder como intento de escapar de la propia muerte. Sólo en el deseo cristalino, transparente incluso, se encuentra aquello que da sentido al existir.