¿besarás el anillo del que convirtió éste mundo en su infierno?

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La exis­ten­cia co­mo eterno de­ve­nir es un cam­bio per­pe­tuo en el que no se pue­de pre­ten­der per­pe­tuar ver­da­des ab­so­lu­tas in­cog­nos­ci­bles vá­li­das pa­ra la eter­ni­dad. En tan­to la vi­da es cam­bio, un flu­jo eterno en di­ver­gen­cia, acep­tar la ne­ce­si­dad de es­tar siem­pre en li­za con­tra el es­tan­ca­mien­to de las aguas se cons­ti­tu­ye co­mo la úni­ca po­si­bi­li­dad siem­pre pre­sen­te; co­mo el ca­mino del sa­bio gue­rre­ro pa­ra en­ca­ra­mar­se a la co­la de La Última Batalla. Esto es exac­ta­men­te lo que nos na­rran Project Pitchfork en uno de sus sin­gles más fa­mo­sos y con­tun­den­tes: Existence.

En un eterno fluir ha­cia el fu­tu­ro to­do va cam­bian­do len­ta pe­ro in­exo­ra­ble­men­te ha­cia los lí­mi­tes de la per­cep­ción pe­ro, sin em­bar­go, los hom­bres han in­ten­ta­do sis­te­má­ti­ca­men­te per­ver­tir ese de­ve­nir en es­ta­tis­mo. A tra­vés de la Historia ‑en­ten­dien­do his­to­ria co­mo con­cep­to fuer­te; co­mo una des­en­crip­ta­ción ob­je­ti­va del pasado- se ha ido for­jan­do el mi­to de co­mo se ha lle­ga­do has­ta el pun­to ac­tual se­gún los in­tere­ses de di­fe­ren­tes po­de­res fác­ti­cos. Es por eso que no de­be­ría ex­tra­ñar­nos que la his­to­ria de la hu­ma­ni­dad se vea te­ñi­da por la apa­ri­ción de su­per­hé­roes de evan­ge­lio que cam­bian el nor­mal trans­cu­rrir del tiem­po has­ta cons­ti­tuir una nue­va li­nea tem­po­ral; has­ta crear un ca­len­da­rio que se ajus­te a sus ne­ce­si­da­des ideo­ló­gi­cas. El pro­ble­ma es que és­te con­trol del tiem­po, de su fluir con­se­cuen­te y cons­tan­te, cons­ti­tu­ye una reali­dad más allá del re­ca­li­brar el ca­len­da­rio: es ini­ciar La Historia des­de el mo­men­to que les es más pro­pi­cio; crean su pro­pia reali­dad ajus­ta­da a los lí­mi­tes y ne­ce­si­da­des de sus intereses.

Contra eso se re­be­la Project Pitchfork en Existence y por ello lu­cha: por vi­si­bi­li­zar la pro­ble­má­ti­ca de la do­mi­na­ción in­dis­cu­ti­da, aun­que sim­bó­li­ca en al­gu­nos ca­sos, de cier­tos po­de­res fác­ti­cos re­li­gio­sos. Y es que, co­mo bien afir­ma Peter Spilles, “Estamos vi­vien­do los re­sul­ta­dos de una men­ti­ra. / Hechos fun­da­men­ta­les / se han mo­di­fi­ca­do y cam­bia­do.” y eso pro­vo­ca que la exis­ten­cia es­té ten­dien­do ha­cia su pro­pia ra­len­ti­za­ción. Porque al cons­ti­tuir su tiem­po, al ele­gir su cam­po de ac­ción, ha­cen y des­ha­cen si­glos co­mo me­jor les pla­ce in­ven­tán­do­se un fal­so de­ve­nir del mun­do; cree­mos en las de­ci­sio­nes to­ma­das por una fuer­za ul­te­rior des­co­no­ci­da re­ve­la­da en la men­te de unos po­cos pri­vi­le­gia­dos. Esta me­ga­lo­ma­nía vis­ce­ral, to­tal­men­te obs­ce­na, se va des­ha­cien­do po­co a po­co fren­te a la gue­rra per­pe­tua en las som­bras de aque­llos que de­ci­den de­jar de arro­di­llar­se an­te la fo­to­gra­fía de un dios que ya na­ció muer­to. Porque si nues­tra exis­ten­cia es una fo­to­gra­fía, la fo­to de Dios ha­ce si­glos que se des­hi­zo por las que­ma­du­ras de cigarrillos.

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