Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
Todos en algún momento de nuestra vida hemos pasado un mal trago que se ha saldado con nosotros actuando de justicieros de una manera que nosotros veíamos equidistante al mal sufrido pero, en verdad, era algo desproporcionado. La mayoría de nosotros ha sido con hechos tontos como una discusión con los amigos o una riña de pareja que se acaba saldando en una desmedida reacción ante la afrenta sufrida. El problema es cuando la respuesta de la devolución se ha de dar ante la violación, tortura y asesinato de la mujer que lleva en su vientre el fruto de nuestros genes.
De este modo comienza el salvaje tour de force que es I Saw the Devil de Kim Ji-woon cuando Kyung-chul, un psicópata con trazas sexuales, asesina a la prometida de un agente secreto de la policía, Dae-hoon. Precipitándose vamos viendo como Kyung va haciendo sus atrocidades tomándose su tiempo pero jamás pensando en las consecuencias de sus actos hasta después de cometerlos. En el lado opuesto el paciente Dae persigue con precisión matemática a su presa atacando sólo en el momento que puede frustrar los asaltos que lleva acabo para mantener su psicótico ‑e inmenso- ego. Como dos polos opuestos que van atrayéndose continuamente jugando una salvaje danza de espadas donde la única posibilidad es la continua, justa y exhaustiva venganza. No importa quien lleve la iniciativa, en su continuo devenir de acciones siempre conlleva una reacción idéntica pero desproporcionada en el contrario que busca la satisfacción ya sea de su propio ego o de su vida desmoronándose tras de si.
Cuando el mundo de la moral y la ley se desmorona ante nosotros carece de sentido intentar ver lo real que hay tras cada capa de presencia. Quizás sólo existan unos planos cerrados agobiantes, siempre con un color apagado y oscurecido, que hace que todo sea infinitamente claustrofóbico. La mayor parte del tiempo el mundo será así, un lugar hostil y frío del cual desconoceremos siempre cual será el siguiente movimiento de una naturaleza salvaje; de la venganza hecha verbo. Otras veces todo será estático, en planos abiertos que miran cara a cara a toda la belleza que hay escondida en el mundo. Aquí los silencios se hacen los reyes, un movimiento de manos, una mirada o la mera contemplación son más expresivos que todas las palabras que cualquier ser vivo pueda expresar. De repente nos introducimos en un cuadro impresionista en el que el pintor ha decidido que ante el abismo infinitamente cruel la única salida es el silencio. Este demiurgo, aunque cruel, sabe maquillar el mundo conjugando a su vez las piezas de sonido necesario para crear un conjunto preciosista.
Pero la civilización se ha derruido con las convicciones morales de Dae y para Kyung, probablemente, jamás existió eso que todos llaman civilización. En la naturaleza puramente desatada sólo el más fuerte es el rey. Y lejos de las firmes convicciones de una sociedad rutilante ‑y de sus castigos de laxa medida- la única posibilidad de hacer justicia es a la que uno mismo pueda optar de su misma mano. La violencia febril en su estado más puro se desata en todas las direcciones y de todos los modos más asfixiantes que podríamos imaginar. La sangre barbotea continuamente de nuevas heridas, las asfixias son algo tan común que acaban por ser un guiño macabro con sus cómplices y las armas de fuego están vetadas, sólo la contundencia o lo filoso de un objeto son argumentos de violencia permitidas. La violencia es natural y naturalizada, es una violencia tan salvaje y brutal que al final uno acaba teniendo que apartar la mirada ante un espectáculo visual y sonoro tan humano que casi podemos oler la repugnancia de la complicidad.
No nos engañemos, en realidad la venganza no existe en la naturaleza, la venganza es un invento exclusivamente humano como sólo es humano el matar por placer, el herir por diversión. Los llamamos monstruos ya que no pueden vivir en la sociedad, condición necesaria para conseguir la consideración de humano, y aun cuando no ciudadanos siguen siendo esencialmente humanos. ¿Y qué ocurre cuando es la esencia lo que convierte en monstruo a uno? Entonces nace Kyung, el monstruo que todo lo devora por el placer de la mera destrucción, de la perturbación de todo orden que jamás le aceptará en su seno. Y de esa destrucción de todo valor humano de orden nace Dae, el que lucha contra el caos más absoluto que amenaza con arrastrar al hombre hacia el más oscuro de los abismos.
Finalmente la venganza ha de consumarse o el ciclo de destrucción será eterno, mientras exista venganza Kyung será el ganador en tanto destructor de todo orden que exista en el mundo. Sólo convirtiéndose en un monstruo Dae podrá salvar todo lo que queda de humano en el mundo, sólo acabando con la vorágine de Kyung podrá parar todo el mal realizado. Existen monstruos fríos como Kyung y el deber de aniquilarlos es el de otros monstruos fríos, como el estado. Los monstruos calientes como Dae son sólo victimas de las circunstancias, los mártires de la aniquilación que todo lo puede de una humanidad mal calibrada. Victimas que ríen en su caída última al abismo, risa que nos contagian con complicidad ya que mientras Kyung es víctima de su genética, de su esencia; Dae es victima de las circunstancias, de su existencia, y de eso ninguno podemos escapar. Y, al final, todos somos en algún momento fieros monstruos calientes pero en nuestro interior está la posibilidad de verlo y pararlos antes de convertirnos en ellos.
Puede ser que en lo humano se esconda lo terrible, ese monstruo del abismo que nace de la genética predestinada tan cruel, tan indiferente de lo que produce. Sí, es posible que en la esencia de lo humano esté la maldad en su forma más pura. Pero también en la existencia del ser está la cura del bien y del mal, está la posibilidad de ser parte del caos o del orden que le es innato en tanto existir al hombre. Quizás el problema no es que estemos determinados, quizás el problema es que hay personas que yerran a la hora de elegir su camino existencial. Y la indiferencia del narrador.
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