La humanidad en tanto pensante sólo puede contestar a las preguntas de la existencia, en el mejor de los casos, con respuestas parciales que desembocan en más complejas preguntas. La reflexión nos lleva a más preguntas, llegando a cuestionar a la razón e incluso si estamos haciendo las preguntas exactas o, siquiera, si se puede contestar o preguntar cosa alguna. Pero para Ryuichi Sakamoto se puede y se debe preguntar por las grandes incógnitas del hombre como nos demuestra en War & Peace.
El sonido lounge sencillo se va desarrollando en una vaporosa marisma donde el piano resalta por méritos propios en una pasión puramente mediterránea. Todo fluye, con calma, siempre hacia delante sin mirar atrás ni dar concesiones a la duda; la melodía siempre busca ese mirar hacia adelante que se supone un eterno retorno. Mientras las voces se van acumulando haciendo preguntas, siempre sobre el valor de la guerra y la paz en la existencia misma de todo cuanto es. No hay respuestas, sólo una pregunta tras otra lanzada sin concesión alguna sobre el inexorable avance de una canción que va oscureciéndose y haciéndose cada vez más y más compleja según avanzan las preguntas. Se cuestiona la naturaleza, los mecanismos del saber, los límites biológicos y de género e incluso el juego como estructuración de la realidad misma. Al final esos mecanismos del juego son los que deciden esa realidad; la paz y la guerra sólo se definen en términos de un eterno y peculiar juego humano. La tensión que nace en la beligerancia misma de toda naturaleza, en lo abrupto del camino, es el juego cósmico de equilibrio de todas las cosas, uno donde todo está en juego en cada una de las partidas.
Y al final Sakamoto nos da una hostia contundente, sin ningún reparo. ¿Por qué es peligroso decir, «No olvides nunca»? No importa que sepamos los mecanismos de la guerra, no importa que la sepamos acotar de un modo absoluto al ser contextualizada en unas reglas de juego, al final aun queda la problemática del recuerdo. Ya nos lo planteó Walter Benjamin que la justicia sólo se consigue mediante el recuerdo; no olvidar nunca es siempre el arma de aquel que perdió la partida. Y eso, un japonés tras Hiroshima y Nagasaki, lo sabe mejor que nadie.
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