En 1988 dos autores de manga, Suehiro Maruo y Kazuichi Hanawa, publicaron un libro de ilustraciones de muzan‑e —una forma de ukiyo‑e de filiación temática más próxima al gore que a la representación del mundo flotante— donde la belleza sutil de los días se ve sustituida por la violencia extrema de ejecuciones y torturas. Como si lo real sólo pudiera codificarse a través de actos sangrientos. Para ello representan 28 escenas de asesinatos inspirados en la macabra obra de Yoshitoshi, el primer autor de muzan‑e del cual este libro es un homenaje. O un remake.
Ahora bien, actualizar siempre implica hacer un viaje de ida y vuelta, ir al pasado para proyectarse en el futuro. Carece de sentido copiar algo del pasado sin aportar algo nuevo. Por ello salpican su obra de aspectos culturales modernos, como el suicidio de Adolf Hitler y Eva Brown o una re-interpretación del final de Caperucita Roja, con la intención de aportar algo que Yoshitoshi todavía no podía conocer: el conflicto entre la cultura clásica japonesa y la intromisión que supone la cultura europea en su desarrollo. En ese choque radical Maruo y Hanawa disuelven la distancia, haciendo que lo antiguo se volatilice en lo moderno como lo occidental lo hace en lo oriental. Asumen que Japón ya no es el mismo, que ya no puede entenderse sin la radical influencia occidental, y actúan en consecuencia. De ahí la necesidad de actualizar su obra.
Todo tiene sentido en su contexto. Y en ocasiones, para apreciar el valor de una obra es necesario recrear su contexto. Ese es el caso del muzan‑e, que gracias al trabajo de Maruo y Hanawa vuelve a cobrar sentido al traerlo al contexto de nuestras convenciones. Bon apetit.