Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll
Aunque se tiende a interpretar el nonsense como el sin sentido propio de los niños, particularmente si se entiende desde la figura de Alicia, éste también es propio de otra forma particular de excluidos de la sociedad: los locos. ¿Pero quien es el loco? Es aquel individuo que, en oposición al comportamiento conductal establecido como normal, viola de forma sistemática las convenciones sociales que le han sido impuestas desde su más tierna infancia. Pero por supuesto hay niveles y niveles de locura, por lo cual cabría distinguir entre tres caracteres donde se presenta el sinsentido dependiendo del nivel, de menor a mayor presencia en él: el inmaduro, el infantil y el loco. De éste modo el inmaduro sería aquel que no es capaz de conocer cuales son las responsabilidades del mundo adulto, el infantil el que se resguarda en comportamientos propios del niño y el loco es aquel que actúa de forma completamente ajena a lógica humana establecida; sólo es maduro y está cuerdo aquel que se pliega de forma absoluta a la normatividad impuesta por la sociedad.
A través de esta diferenciación de rasgos nos percatamos de que nuestra problemática acaba de aumentar en varios niveles, pues ahora el niño es alguien irracional pero no mucho y el loco es alguien que es completamente irracional. ¿Pero cómo sabemos que el loco es un loco? Porque incumple la normatividad social. De éste modo, siguiendo La historia de la locura de Michel Foucault, podemos percatarnos de que la locura es un concepto que evoluciona con el tiempo y que tiene un uso exclusivamente de control, de poder. A través de la normatividad, de perfilar cuales son los rasgos normales o no-patológicos de las personas en la sociedad, se puede tachar de loco, de enfermo, a aquel que se escapa de estas conformaciones que el poder considera peligrosas. Acudamos a un caso pragmático, la primera conversación de Alicia con el Gato de Cheshire: