Hotline Miami, de Dennaton Games
El problema de la percepción es uno de los más reiterativos aspectos discutidos por el discurso filosófico a lo largo de toda su historia; en tanto no tenemos un conocimiento inmediato de las cosas, tenemos que percibirlos primero como fenómeno en el entendimiento y después interpretarlo para generar así un saber de él, la percepción es, seguramente, el problema más acuciante para el ser humano. Es por ello legítimo dudar de que realmente haya un mundo externo fuera de nuestra modo, pues sin una teoría adecuada al respecto de la percepción nada nos garantiza que de hecho los demás estén ahí. Hasta que no podemos racionalizar que de facto lo que es es percibido y lo que no es no es percibido, cualquier intento de relacionarnos con el mundo estará basada en la falsedad más absurda que puede sostener razón alguna: el mundo externo existe porque a mi me conviene creer que existe. El problema es que, aunque consideremos conveniente creer que el mundo existe, ¿qué me garantiza que yo existo si realmente yo no puedo percibirme a mi mismo más que por mis sentidos en tanto todo ejercicio de introspección no se practica desde la razón, sino desde un entendimiento que luego ha de ser interpretado? Si no demostramos la existencia externa, incluso nuestra existencia está en duda.
A partir de este razonamiento se puede entender por qué Hotline Miami, esa demencial oda a la ultra-violencia carente de significado —aceptando que de hecho su demencialidad podría ser literal por el ejercicio de cambio de identidad: una explicación razonable para el juego es que el protagonista sufre de trastorno de identidad disociativo — , se sostiene bajo una ardua problemática filosófica: no podemos conocer si la realidad externa existe porque, de hecho, ni siquiera cumple la condición mínima de causalidad mínima: no hay un orden lógico de los eventos que pueda ser racionalizado de forma efectiva por el sujeto. Sin orden, sin continuidad lógica de los acontecimientos, sin un mundo en correlación constante con la percepción, es imposible disponer del conocimiento de la existencia. Vivimos en una memoria apátrida.