En ocasiones hay lecturas que son como un auténtico gancho de izquierda directo a la mandíbula: son concisos, directos y tienen la particularidad de ser capaces de dejarnos ko de un único golpe. Algunos autores, muy pocos, además tienen la sensibilidad como para sólo propiciar estos espectaculares, bonitos incluso, leñazos contra nuestro ego de lector iracundo; consiguen escribir sobre todo lo que importa en todo momento. Y así lo hace Jim Dodge en su genial obra magna, JOP.
JOP es una novela de iniciación, al contarnos en clave moral ‑dicho esto sin connotación negativa alguna- el tránsito de la ignorancia connatural al hombre de Peque, el grandullón protagonista, hasta la iluminación en forma de la sabiduría que propia la edad; que sólo puede ser transmitida por aquello más viejo que uno mismo. También es una novela sobre Jake, un anciano de 99 años inmortal, sobre como la vida está para ser vivida siempre en armonía de la naturaleza y con uno mismo, jamás rindiéndose a la pleitesía ajena siendo infiel a uno mismo. Queda claro también que trata sobre la patita JOP, o JOdido Pato, siendo ella la síntesis de como debe ser la vida de todo ser vivo: un hedonista y libre búsqueda del placer propio en consonancia con no impedir el mismo hecho para los demás. Y también trata sobre como la relación entre los tres los cambio, los configura, haciendo que ninguno sean los mismos por separado pues, aun cuando son completamente dispares, los otros les configuran en su ser; sin los demás no son nada. Pero Jim Dodge nos hablaría de muchos temas más, de mil búsquedas que hace aquí y allá, casi como por casualidad, lanzando sobre la mesa tal cantidad de momentos, de verdades, que, como el alcohol destilado de Jake, sólo los estómagos más feroces podrán tragar sin que les sacuda hasta la última neurona de sus cerebros. Y, precisamente ese, es el ideal de todo artista.
Poco se puede decir de JOP porque es tan inmenso en su concreción, tan gigante en su miniaturización, que toda palabra desvela ideas, idas y venidas, que están ahí como por encanto. La soberbia edición de Capitan Swing, con unas encantadoras ilustraciones de Virginia Frieyro, son el envoltorio perfecto para una novela que se desborda a sí misma: es el chocolate que protege en su seno con su fragilidad el dulzor propio del caramelo. Cuando tu mente se sacuda y no sepas ni donde estás, ese es el momento perfecto para reflexionar; para trascender.