Cabeza de pescado, de Henrique Lage
Comencemos por el principio, ¿qué caracteriza la infancia? Depende del punto de vista que asumamos con respecto de la infancia, de que supone ser niño, variará de forma determinante no sólo como asumimos su propia existencialidad sino su trato en sí mismo; el niño, en tanto potencia en devenir de lo que será ‑adulto (según los adultos); cualquier condición inimaginable por inverosímil que esta sea (según los propios niños)- es un reflejo tanto de lo que somos como de lo que pudimos haber sido. Es por ello que la interpretación de los efectos que hagamos al respecto de la infancia, según lo que entendamos por esta, constituirá necesariamente como hemos de abordar el trato con la infancia en tanto devenir de aquello que pudiera ser. El como tratamos a la infancia en tanto reflejo de aquello que podrá ser como nosotros es el espejo de como tratamos a toda la sociedad en su conjunto.
Bajo esta perspectiva deberíamos empezar asumiendo una problemática primera, por ejemplo, la que nos suscita Henrique Lage en Cabeza de pescado: un niño se ve ante la imposición materna de tener que comer un pescado entero sin posibilidad de replica. El pescado, enemigo natural de muchos niños, es la batalla campal donde se establece la realidad cotidiana de la familiaridad: la madre impone al hijo el comer el pescado porque de hecho es bueno para él mientras, a su vez, él sólo ve un sufrimiento innecesario en comer algo que le resulta repugnante; las posturas son opuestas y encontradas, condenadas a no entenderse, porque siguen dos lógicas diferentes: la madre piensa de forma impositiva (el pescado es lo más beneficioso para ti, cómete el pescado) mientras que el hijo piensa de forma deseante (el pescado no me gusta, dame algo que sí me guste). Estas fuerzas en oposición se establecen en una lucha silenciosa, in absentia, donde ambos desarrollan la misma estrategia de ignorar al otro hasta que se cumpla aquello que han definido como sus displicencias al respecto del acuerdo de comer pescado. O así sería si los niños no fueran niños y Lage quisiera ser el director más aburrido del mundo.