El fanático medio de Nietzsche, un tarugo con ínfulas de intelectual que no se da cuenta de su incapacidad para entender al autor, tiende a olvidar el hecho de que el nihilismo nietzschiano se entiende siempre en un dualismo positivo-negativo. Así, aunque estén muy gustosos de entender todo desde la perspectiva de la catarsis como destrucción violenta, la realidad es que no todo nihilismo es negativo. Y eso podemos constatarlo en la fabulosa Kaboom de Gregg Araki.
La película nos cuenta la historia de Smith, un joven estudiante de cine de sexualidad indefinida, que según comienza la película tiene un sueño en el que nos dejará ya aparcados todos los códigos que regirán la historia. Aquí Araki se libera completamente, si es que eso es posible, dejando que el sexo fluya de forma natural e intermitente por la película mientras cimienta lo que será una historia que se moverá entre la comedia, el terror y la ciencia ficción. Con un nulo respeto por cualquier clase de convencionalismo de género va saltando con maestría entre escenas cambiando totalmente el tono respetando exclusivamente un único hecho siempre: la belleza peculiar y retorcida de sus actores. Los efebos que desfilan por pantalla son indudablemente atractivos lo cual si en cualquier otra película sería accesorio aquí es perentorio: son la definición misma del super-hombre. Son los atractivos bailarines que danzan fornicando en una absoluta indefinición sexual entre las ruinas de la moral occidental.