Tag Archives: armonía

The Sky Was Pink

el mundo perfecto es una casa de muñecas

null

El super-hombre nietz­schiano es co­mo el ni­ño que mi­ra ino­cen­te las rui­nas de la mo­ral, siem­pre permea­ble ha­cia el mun­do que tie­ne an­te sí. La pe­cu­lia­ri­dad de es­to es que el ni­ño no vi­ve es­tric­ta­men­te en la reali­dad, ya que siem­pre ten­drá cier­ta ten­den­cia ha­cia re­tro­traer­se ha­cia la fan­ta­sía; la en­so­ña­ción. Y es aquí don­de da­ría co­mien­zo la in­men­sa his­to­ria El Mundo Perfecto de Dylan Dog.

En es­ta his­to­ria el di­li­gen­te Dylan Dog ha per­di­do la me­mo­ria en­con­trán­do­se en una man­sión don­de la que di­ce ser su her­ma­na pe­que­ña lo lle­va has­ta la mis­ma y le in­for­ma de que ha vuel­to a su­frir de uno de sus gra­ves ca­sos de am­ne­sia. Así nues­tro hé­roe va re­cons­tru­yen­do su vi­da pa­ra­di­sía­ca en la man­sión fa­mi­liar con una con­ti­nua sen­sa­ción de ex­tra­ña­mien­to; con la sen­sa­ción de sa­ber­se ajeno a la reali­dad cons­trui­da a su al­re­de­dor. Incapaz de asu­mir su rol en el jue­go irá des­en­tra­ñan­do que hay de­trás de es­ta, nun­ca me­jor di­cho, ca­sa de mu­ñe­cas im­po­si­ble. Sumergiéndose ca­da vez más en el sue­ño des­en­tra­ña­rá la reali­dad de to­do só­lo en el mo­men­to en el cual es ca­paz de asu­mir la pers­pec­ti­va des­de fue­ra de ese mun­do. Sólo pue­de juz­gar que no es real esa reali­dad des­de el ex­tra­ña­mien­to del mis­mo; des­de el mi­rar más allá de los pro­pios lí­mi­tes de la ra­zón im­pe­ran­te en ese par­ti­cu­lar mun­do en juego.

Al fi­nal só­lo pre­sen­cia­mos co­mo to­do no eran más que las rui­nas de la mo­ral re-edificadas en un mun­do ar­mo­nio­so y per­fec­to por la fuer­te con­vic­ción de una ni­ña. El ca­rác­ter oní­ri­co, aun­que cohe­ren­te, del mis­mo ha­ce de él una su­pra­rea­li­dad más allá de to­da com­pren­sión, in­clu­so la del in­ves­ti­ga­dor de lo ocul­to; de­trás de to­do se es­con­de el ca­rác­ter edi­fi­can­te del pa­raí­so que nun­ca fue per­di­do. El mun­do per­fec­to só­lo pue­de ser con­ce­bi­do a tra­vés de los ojos ino­cen­tes de un niño.