Sobre el amor, la economía y otras afectos irracionales
Sex Is Zero, de Yoon Je-kyoon
La relación de las personas con el sexo siempre parte de una consideración limitada e irresponsable de lo que este supone. Esto es así no tanto por el neto desconocimiento del mismo ‑que también, aun cuando sea algo que caracteriza más ciertas épocas pasadas- como el hecho de la mercantilización constante del deseo, sea éste en sus formas eminentemente sexuales o no. La gente está obsesionada con el sexo no porque tengan ningún interés real y constante por él, sino porque se dictamina que eso es lo normal; una sexualidad consumista, basada en la interpelación constante a conformaciones mercantiles, es la base del control de un flujo de los deseos. Es por ello que el interés radical que pueda caer sobre el sexo está mediado por la necesidad constante de ser una mímesis de nuestras relaciones con los demás objetos, tenemos sexo del mismo modo que acudimos a la tienda a comprar: no compramos lo que queremos, sino lo que podemos y lo que nos exigen que compremos.
Si una comedia de universidad, como la obra de Yoon Je-kyoon que nos ocupa, consigue sintetizar bien estas formas de mercantilización de la sexualidad ‑y, por extensión, de todas las relaciones humanas- es debido al hecho de su capacidad para crear un ambiente profusamente mercantil. A través de un profuso uso del humor podemos ver como todos los personajes que se nos van presentando en la historia, sin excepción, cimientan sus vidas sobre ciertos cánones y, especialmente, estereotipos de las condiciones sexuales normalizadas. Desde el pajero obseso sin límite capaz de cualquier cosa por conseguir un mínimo contacto sexual hasta la frigidez extrema que pasa por cogernos toda la noche de la mano y nada más todas las facetas del consumo se ven representadas a través de sus articulaciones en las formas sexuales: todos los personajes viven para consumir (y consumar) sus diferentes conformaciones sexuales.