la tradición se oculta en el falso paso firme del sedentarismo
Cuando uno aborda la posmodernidad sin prejuicios ‑o, al menos, la posmodernidad literaria- se da cuenta de que, en su seno, no hay más que problemas: su toca referencialidad quiere dar una patina de intelectualidad a lo que se escribe, presenta como novedosos formas y estilos que ya se usaban de forma normal en el siglo XIX sino antes y, lo peor de todo, no deja de ser una continuación de la misma forma de escribir cultivada por Occidente durante dos milenios. La hipotética ruptura del posmodernismo con la tradición es tan falsa como decir que “La vida privada de los árboles” de Zambra es una novela experimental; en ambos casos hay una inventiva, más o menos acertada, que desfragmenta un texto en sus diferentes hilos que rehilar mediante el estilo. Pero nunca, jamás, se usa una nueva madeja para ello.
Cuando uno se enfrenta contra cualquier texto de Alejandro Zambra, y eso atañe también al libro que nos ocupa, se encuentra con un estilo disgregado, repetitivo y muy intimista en el cual unos personajes incidentales, casi anónimos en sus mimadas psicosis, afrontan la perdida del suelo bajo sus pies. Si en “Bonsài” su primera novela esta perdida estaba conducida a través de la muerte aquí, esta vez, será a través de una desaparición que medirá el momentum de la historia. Es por ello que Zambra se sumerge incorrupto en las procelosas aguas de la memoria (falsa) de unos personajes angustiados por la inapetencia de conocer su destino de antemano. Lejos de un sentimentalismo nómada los personajes son tremendamente sedentarios: sus vivencias vitales se afianzan exclusivamente a través de una inclusión estática en un punto dado donde establecer ese sentimiento. De éste modo geografía el amor, los sentimientos, a través de los lugares donde ocurren y que se dejan atrás sin posibilidad de volver nunca a ellos; todo sentimiento pasado pertenece a un pasado geográfico y sentimental. Esta visión, muy afianzada en el pensamiento occidental en la visión del mundo, será la que contagie al resto del libro a través de su estilo la marca que condicionará que, lejos de ser experimental pese a las apariencias, el libro sea tremendamente clásico en sus formas.
Como una evolución lógica desde una tradición basada en el hermetismo absoluto de los géneros literarios Zambra, como el posmodernismo, deconstruye el territorio sentimental para adecuarlo a unas nuevas formas que siguen las mismas pautas de una tradición anterior; no hay destrucción, aunque si cuestionamiento de las reglas anteriores, sino adecuamiento a las nuevas composiciones de realidad. Por eso Zambra se muestra hiper-acelerado, siempre en búsqueda de ese nuevo lugar expositivo futuro, abandonando siempre tras de sí unos personajes perdidos en una literatura que ya se ha convertido en clásica. Porque, aunque intente parecer lo contrario, su escritura está enraizada de una forma perfecta; todo es una sucesión inclusiva de sucesos que van ocurriendo de forma fragmentada ante nuestros ojos. Y nada más. No hay una intencionalidad de subvertir el mundo o las leyes que lo rigen, solamente la idea de representar el microcosmos de personas abandonadas tras el funeral de un dios asesinado. Aunque ese dios, como La Novela, en ocasiones esté vivo precisamente en la tradición que lapidaron ayer como muerta.