¡muerte a videodrome!¡larga vida a la nueva carne!
Cualquier intento de ver la realidad en toda su patente veracidad parte del fracaso del hombre para poder presenciar sin trabas la misma; o en otras palabras, siguiendo a Marshall McLuhan, no podemos ver el mundo tal como es sino que siempre estamos sujetos a nuestros códigos de codificación, nuestra percepción, para interpretarlo. He ahí que no podemos confiar de una manera absoluta en nuestras percepciones ‑entendiendo como percepción aquello que se percibe por cualquier sentido, aunque éste fuera la mera racionalidad- ya que siempre cabe la duda de hasta que punto estamos ante una auténtica realidad. Por supuesto esta duda debe articularse dentro de unos límites; sí la llevamos hasta el extremo podríamos llegar a dudar de toda posible existencia real llegando hasta la connotación de la inexistencia de una realidad patente de ninguna clase. Y la realidad existe, el problema ‑o su virtud- es que esta se puede producir.
En Videodrome de David Cronenberg se explora esta posibilidad en una de sus facetas más aterradoras: la creación de realidad a través de los mass media. En la película nos narra la historia de Max Renn ‑con un soberbio James Woods en el papel‑, el fundador de una pequeña estación de televisión por cable especializada en violencia y pornografía de todos los niveles de crudeza exigibles. En su búsqueda de nuevos contenidos para su canal interceptará una señal pirata de un programa llamado Videodrome donde se practican brutales torturas y asesinatos, momento a partir del cual comenzará a investigar que es lo que hay detrás de tan peculiar programa. Y cuando comience a tener alucinaciones después de haberse visto expuesto al programa.