Lo ficticio es la posibilidad en lo real de la hostia metaficticia
JCVD, de Mabrouk El Mechri
Si hay algo de lo que gusta jactarnos de un modo más o menos rotundo es del hecho de tener constancia de que el cine, la televisión o cualquier otro medio audiovisual es, esencialmente, una ficción no-real que no caracteriza en absoluto la realidad que nos presenta. Ahora bien, aunque al individuo medio guste de aplicar esa separación realidad/ficción ‑como sí, de hecho, la ficción no fuera parte consustancial de la realidad- no le resulta nada dificil ni anti-natural creer como real, como alejado de toda ficción, todo aquello que se le presente verídicamente en tanto tal; aunque el espectador medio conoce las diferencias entre ficción y metaficción, sobrentiende que éste segundo es un ámbito de realidad ‑que es ontológicamente superior que la ficción, que es más real que lo ficticio- a través del cual ironizar con la ficción: la realidad es la contraria. Si la gente es capaz de creerse un esperpento como Gran Hermano como un hecho singularmente original, como fácticamente real, sin cuestionar su condición de ficción en tanto metatelevisión, ¿por qué deberían distinguir con mayor rigor entre lo ficticio y lo metaficticio?
Si el caso de JCVD nos resulta particularmente singular a éste respecto es por dos hechos sustanciales: juega constantemente con la indiferenciación de la figura real/ficticia de Jean-Claude Van Damme ‑el cual, de paso, da nombre a la película- y la crítica al respecto de la película se mostró insistente en no diferenciar la diferencia entra ficción/texto y metaficción/metatexto con respecto de la figura de Van Damme en sí misma. ¿Por qué? Porque en ambos casos todo el mundo cae bajo el mismo error equivocado, de que sus concepciones erróneas sobre qué debe ser Jean-Claude Van Damme deben cumplirse necesariamente en el mundo cuando no son más que conclusiones sacadas al respecto de una ficción que se nos presenta como real.