No hay camino, conductor del deseo (II)
Drive, de Nicolas Winding Refn
La humanidad nos hemos pasado toda nuestra historia (re)definiendo mitos para absolutamente todo. Los hemos usado con una fruición encomiable, principalmente, para educar pero también como un medio a través del cual expresar ideas religiosas, políticas y filosóficas ‑las cuales son, a fin de cuentas, parte de ese triunvirato exclusivo de lo humano- situándolas, en último término, como una de las herramientas más eficaces para nuestro medio contextual; quizás se pueda explicar algo con una farragosa explicación, pero el mito, por su estructura familiar y condición estética, hace más asimilable la narración. Aunque es de suponer que todo aquel que haga cine ‑o literatura, madre canónica del cine- es, necesariamente, un hacedor de mitos entonces estaríamos suponiendo que toda persona articula discursos mitológicos a través del arte o, peor aun, que toda forma artística es un mito en sí mismo. Esto no es cierto: apenas sí unos pocos pueden originar nuevos mitos a través de una mirada tan brillante que son capaces de iluminar los rincones oscuros de la composición mundana de su tiempo; Nicolas Winding Refn es un fundador de mitos.
Aunque conocemos perfectamente que define en lo literario un mito ‑y con lo literario hacemos referencia a cualquier forma escrita u oral de transmisiones narrativas a través de la palabra; el mito como lógos creador- sería interesante señalar que, en el cine, el mito es algo infinitamente más complejo. Mientras la literatura sostiene el mito exclusivamente a través de la narración de las aventuras de un héroe y cuanto acontece en su aventura la película, en tanto medio audiovisual, debe ir más allá; en el cine la narratividad, condiquio sine qua non en la literatura, debe ser en cierta medida excluida en favor del medio. Si el mito literario es una construcción estético-narrativa el mito del cine es una construcción estético-mediada.