La inteligencia es la erradicación de la estupidez propia en el mundo
Idiocracy, de Mike Judge
El mundo en el que estamos sumergidos está basado en el más profundo de los anti-intelectualismos. A través de éste se critica de forma despiadada la asunción de un discurso que no sea rayano la oligofrenia, disponga de la más mínima querencia por la exactitud o vaya más allá de los lugares comunes. Esto, que no es ni mucho menos algo nuevo, si se ha visto potenciado durante los últimos años por una disposición particular hacia la estupidez, hacia la demostración empírica y reiterativa de esta, en un proceso de desprecio cada vez más redundante hacia cualquier forma de cultura. Hablar o escribir con cierta corrección es de esnobs, tener gustos que se salga del mainstream es de gafapastas y creer que no todas las opiniones son igualmente válidas ‑o que, a tenor opuesto, no existe una verdad absoluta- es de nazis; en la contemporaneidad hay una glorificación casi absoluta hacia el analfabetismo funcional que produce el tierno reposo del uso indiscriminado de la anulación de todo pensamiento. Pensar, hoy por hoy, es un suicidio social para sí mismo.
En ese sentido Idiocracy es la película definitiva de la representación radical de toda posible estupidez hiperbolizada en conformaciones que van más allá de las mínimas coherencias lógicas. No hay ninguna clase de imbecilidad, de atentado contra la inteligencia y la razón lógica, que no esté retratado con la crueldad propia del que se sabe que, tarde o temprano, saldrá parodiado en su propia obra. Mike Judge representa en su obra la estupidez general de la humanidad en la misma medida que sirve como detector de gilipollas: quien se ofende al ver parodiada aquí su pequeña parcela de estupidez es porque, de hecho, es en sí un estúpido. El estúpido lo es en tanto inconsciente de su estupidez.