Vivir es disfrutar cada segundo de la vida como si fuera el último, amigo zombie
Bienvenidos a Zombieland, de Ruben Fleischer
El ser humano medio, en tanto entidad poseedora de una razón particular, tiene una obsesión insana con la necesidad de establecer para toda forma de afrontar la realidad una serie de códigos de actuación que llamamos reglas. Esto explicaría el auge de toda forma de guías, libros de auto-ayuda y demás parafernalia pseudo-científica basada en crear un contexto de seguridad en tanto abordar las problemáticas de la vida: hacen creer que de seguir de forma estricta sus pasos, en tanto han establecido unos patrones lógicos de actuación, se ha de llegar a conseguir necesariamente el fin último codificado en esa normatividad. La problemática principal de este hecho es pensar que la realidad es aprehensible, que puede ser reducida hasta una serie de pasos donde puede ser controlada de tal modo que se moldee de tal modo que cumpla nuestros deseos por la mera repetición de una serie de acciones repetidas como un mantra. Y quizás sería así el mundo si el ser humano fuera el centro del mismo, si nuestros deseos fueran motor perpetuo de todo cuanto existe, pero desgraciadamente eso está muy lejos de ser así.
La realidad es que todo cuanto nos rodea es caótico y un tanto absurdo, deviniendo así toda la realidad en algo más allá de lo que podemos racionalizar; aun cuando es factible que exista un orden absoluto para toda realidad existente, la verdad es que nuestro cerebro es incapaz de ordenar la cantidad de información que es necesario para ver tales patrones. Es por eso que Ruben Fleischer articula en Bienvenidos a Zombieland una lenta destrucción de toda la normatividad creada al respecto de como sobrevivir a los zombies en un mundo donde sólo han sobrevivido cinco personas hasta hoy: aunque las reglas hayan funcionado hasta hoy, en cualquier momento pueden fallar sin motivo aparente alguno.