Habla, memoria, con razón. Sobre «Mysterious Skin» de Gregg Araki
Se podría decir que a memoria sólo conoce del capricho. Las razones por las que podemos olvidar cosas importantes, al tiempo que recordamos detalles insustanciales, a algo que no sólo es difícil de comprender, sino que también tiene consecuencias sobre nuestra capacidad para comprender la realidad; si nuestra memoria no nos asegura poder recordar las cosas tal cual han acontecido, ¿es posible decir que podemos conocer lo que ocurre en el mundo? La pregunta no es baladí, porque determina nuestra experiencia, Si no somos capaces de recordar las cosas tal cual fueron, en tanto todo tiempo presente es siempre pasado —ya que lo que vivimos es siempre una sucesión de instantes alojados en la memoria, pues no podemos vivir tomando decisiones sin tener en cuenta lo acontecido — , entonces podríamos dudar incluso de la posibilidad misma de toda existencia ajena a la del «yo». Si toda memoria es falible, maleable según intereses desconocidos para nuestra conciencia, ¿hasta qué punto podemos decir siquiera que nuestra vida, en tanto pretendida como tal, nos sea conocida de forma objetiva? Si la memoria no es una fuente fiable en alguna medida, entonces estamos encerrados en el capricho de una lógica ajena a nosotros mismos.
Afrontar los hechos o sepultarlos bajo diferentes capas de olvido no nos impide tener que aceptar los acontecimientos de nuestras vidas, en particular cuando se trata de traumas. Aunque Gregg Araki tiene un particular interés por explorar los oscuros límites de la condición humana, trascendiendo para ello la restrictiva etiqueta de cineasta queer que se le ha puesto —que si bien lo es, la problemática de sus películas va más allá de una reflexión de género, esos límites se vuelven particularmente difusos en Mysterious Skin; cimienta la historia a dos niveles, a través de dos personajes que eligen responder ante un trauma común de dos modos diferentes: donde uno olvida, el otro justifica.