Se podría decir que a memoria sólo conoce del capricho. Las razones por las que podemos olvidar cosas importantes, al tiempo que recordamos detalles insustanciales, a algo que no sólo es difícil de comprender, sino que también tiene consecuencias sobre nuestra capacidad para comprender la realidad; si nuestra memoria no nos asegura poder recordar las cosas tal cual han acontecido, ¿es posible decir que podemos conocer lo que ocurre en el mundo? La pregunta no es baladí, porque determina nuestra experiencia, Si no somos capaces de recordar las cosas tal cual fueron, en tanto todo tiempo presente es siempre pasado —ya que lo que vivimos es siempre una sucesión de instantes alojados en la memoria, pues no podemos vivir tomando decisiones sin tener en cuenta lo acontecido — , entonces podríamos dudar incluso de la posibilidad misma de toda existencia ajena a la del «yo». Si toda memoria es falible, maleable según intereses desconocidos para nuestra conciencia, ¿hasta qué punto podemos decir siquiera que nuestra vida, en tanto pretendida como tal, nos sea conocida de forma objetiva? Si la memoria no es una fuente fiable en alguna medida, entonces estamos encerrados en el capricho de una lógica ajena a nosotros mismos.
Afrontar los hechos o sepultarlos bajo diferentes capas de olvido no nos impide tener que aceptar los acontecimientos de nuestras vidas, en particular cuando se trata de traumas. Aunque Gregg Araki tiene un particular interés por explorar los oscuros límites de la condición humana, trascendiendo para ello la restrictiva etiqueta de cineasta queer que se le ha puesto —que si bien lo es, la problemática de sus películas va más allá de una reflexión de género, esos límites se vuelven particularmente difusos en Mysterious Skin; cimienta la historia a dos niveles, a través de dos personajes que eligen responder ante un trauma común de dos modos diferentes: donde uno olvida, el otro justifica.
Neil McCormick sufrió abusos sexuales por parte de su entrenador de béisbol. Procedente de una familia disfuncional, ya que su madre nunca le evitó conocer su vida sexual con sus muchos novios, homosexual desde muy tierna edad e interesado en particular por hombres peludos de mediana edad, sus abusos le perseguirán toda la vida como la sombra de su propia existencia: ese primer acercamiento sin consentimiento define toda su vida posterior. Es un agujero negro sentimental. Cualquier pretensión de mantener una vida saludable o una relación normal se desmorona al instante por su propia incapacidad; está encerrado en sí mismo, tiene tan presente el trauma que se obliga a no sentir nada. Acaba ejerciendo de chapero primero en Kansas, después en Nueva York. Los encuentros traumáticos se suceden en la gran manzana hasta que queda física y psicológicamente destruido, teniendo que afrontar aquello que lleva años intentando evitar: sus actos son el epílogo de su propia historia. | Brian Lackey sufrió abusos sexuales por parte de su entrenador de béisbol. Procedente de una familia disfuncional, ya que sus padres se divorciaron en su infancia, completamente asexual y sufriendo desde la infancia desvanecimientos acompañados de sangrado nasal, los abusos que sufrió le perseguirán toda su vida como la sombra de su propia existencia: ese primer acercamiento sin consentimiento define toda su vida posterior. Es un agujero negro emocional. Cualquier pretensión de mantener una vida saludable o una relación normal se desmorona al instante por su propia incapacidad; está encerrado en sí mismo, la necesidad de ocultar su trauma oscurece cualquier progresión personal. Obsesionado con la ufología se acercara a una joven, Avalyn, que asegura haber sido abducida. Los encuentros traumáticos se suceden en Kansas hasta que queda física y psicológicamente destruido, teniendo que afrontar aquello que lleva años intentando evitar: sus actos son el epílogo de su propia historia. |
Ambos personajes son reflejos complementarios de una situación común. El abuso sexual como desencadenante de una vida emocionalmente destructiva o sexualmente reprimida, cuando no emocionalmente reprimida y sexualmente destructiva, es lo que nos va presentando Araki a través de una sucesión de recuerdos que se antojan siempre distorsionados por el deseo; Neil idealiza el abuso por tomar al perpetrador como referente estético, Brian lo sublima al asociar los acontecimientos con una abducción alienígena que nunca existió. Araki nunca nos dice que sean recuerdos, aún menos que sean falaces, sino que transmite esa información a través del desarrollo y el montaje. Cuando diseccionan los acontecimientos de su vida, cuando se encuentran una vez han sido derrotados por la incapacidad de huir de su propia vida —porque el cerebro no puede ocultar ningún recuerdo de forma eterna, ya que al final la racionalidad acaba destapando la falsedad a largo plazo — , es cuando son capaces de asumir aquello de lo cual han estado huyendo hasta el momento. Todo se explica cuando asaltan la casa de su abusador, cuando no pueden reprimir las razones de lo que ocurrió (Neil) ni su recuerdo (Brian).
Entonces ocurre lo único que les queda por vivir, que es enfrentarse ante la negación de su propia vida.
Ningún recuerdo es fiable hasta que se contrasta, se pone en común, se racionaliza a través de un lento proceso de asimilación. No existe racionalidad que sea inmediata y, por eso, cualquier evento traumático o que se ha sostenido de forma constante en el tiempo sólo puede ser evaluado con distancia, porque la memoria nos salvaguarda, en primera instancia, de nosotros mismos. La memoria se manipula para protegernos de nuestros problemas, haciéndonos pensar exactamente lo que queremos pensar en situaciones de gran estrés emocional; el problema es que, en momentos de gran estrés emocional, solemos recordar sólo aquello que nos conviene. Ya sea Neil asumiendo el abuso como algo en cierta medida deseable o Brian escapando a través de fantasías ufológicas —otra obsesión de Araki que se repetirá en otras películas posteriores, además — , ya sea a través del control (la manipulación de los recuerdos para recordar como consensuado el acto, redirigiendo la culpa del abuso sobre sí mismo) o la represión (produciendo fugas psicogénicas a causa del trauma), lo que nos demuestra Araki es que la memoria y la mente humana dependen de intereses no siempre racionales, aunque sirvan para protegernos. Por eso, en ocasiones, olvidamos cosas importantes.
El problema es que el pasado siempre vuelve. La conciencia es fiable porque la memoria es flexible, ya que se puede reprimir algo para sobrevivir y tratarlo después cuando se creen las condiciones adecuadas para superarlo: nadie puede escapar de su pasado, por más que pretenda olvidarlo. Porque, al final, la racionalidad siempre se impone como condición a largo plazo que nos hace ver que nuestras elecciones basadas en esa memoria caprichosa, en esa supervivencia inmediata, sólo eran un modo poco elegante de delegar el problema a nuestro «yo» de un futuro no tan lejano.