Si la realidad es siempre más extraña que la ficción, que la buena ficción, es porque la narrativa es siempre un corte transversal de la totalidad de los acontecimientos que intenta dar una interpretación relativamente cerrada de los acontecimientos. Siempre han ocurrido más cosas de las que el narrador nos ha contado. O de algún otro modo. Si eso es evidente en la no-ficción, ya que el escritor jerarquiza y expone la información según la conclusión a la cual quiera llegar, en la ficción no lo es tanto, ya que podría confundirse el narrador con el escritor. Si bien el escritor crea el mundo, pues existe sólo en tanto le da forma en un trasunto de dios monoteísta, el narrador es aquel que nos lo cuenta desde su óptica personal y limitada, el narrador es aquel que nos cuenta su devenir desde dentro del mismo, pues el mundo existiría incluso si el narrador fuera otro. En cierto modo, la narrativa implica un mundo necesariamente nietzscheano: el creador, sea dios o el autor, está muerto —pues, sobre el papel, su mundo se limita a lo escrito por más que él conozca más detalles — , por lo cual sólo cabe la interpretación de los hechos realizada por un sujeto no-privilegiado, el narrador, que no puede conocer la totalidad absoluta de los acontecimientos.
Al carecer de atributos divinos, tampoco podemos asimilar la visión divina. Eso significa que, ante la imposibilidad absoluta de la omnisciencia, necesitamos elegir aquellos acontecimientos que retratan de forma más certera la totalidad de aquello que queremos dilucidar. Debemos economizar no sólo en el lenguaje, sino también en la narrativa. En ese sentido Rascacielos resulta problemático no porque J.G. Ballard resulte moroso en detalles, sino por todo lo contrario: centra su mirada en demasiados detalles, intenta hacer la narración lo más realista posible cuando debería ser simplemente verosímil.
Rascacielos habla de la lucha de clases sostenida de forma implícita en un edificio de apartamentos que acaba recrudeciéndose hasta convertirse en una batalla primitiva por la supervivencia del más apto, no el que más dinero o poder posee. El problema es que al ser una lucha de clases, al quitar el foco de los personajes o de cualquier inquietud o sentimiento por su parte que no sea su actitud hacia el propio conflicto, todo avanza con una lentitud que, si bien resulta perfectamente natural, no es para nada verosímil. Sólo es aburrido. Sacrifica el ritmo natural de la narración en favor de un acontecer lento, absurdo, que acaba por parecer irreal por su propia lentitud, por su incapacidad para concretar el desencadenante del conflicto. Podemos creernos los acontecimientos, incluso proyectarnos en ellos o imaginarnos reaccionando en tanto no deja de ser una proyección de nuestra propia situación en un mundo que afirma haber superado la lucha de clases, pero cualquier interacción humana se limitaría a la proyección que hace el lector sobre el texto.
Aunque sea imposible negar que Ballard logra un retrato historiográfico excelente de un momento de máxima tensión entre clases, eso no significa que, en tanto literatura, no sea una novela problemática. Si bien es cierto que apila de forma inteligente, metódica y bien estructurada una serie de conflictos que van superándose en gradación hasta que finalmente estallan los acontecimientos, lo hace de tal forma que es más un buen trabajo de investigación académica que un trabajo literario: ni el fondo ni la forma se correspondeb con la literatura. Es, de algún modo, un detallado informe de un escritor mediocre al servicio del departamento de inteligencia de algún otro mundo. He ahí el problema. En nuestro mundo Rascacielos ni es un informe ni un ensayo, por lo cual hacer una reproducción 1:1 de los acontecimientos ocurridos, de forma verídica, en algún mundo posible desconocido fuera de la imaginación ballardiana se sale, en última instancia, de lo que podríamos considerar como un acontecimiento literario. No nos muestra cómo estalla la lucha de clases, sólo nos la explica.
En cierto modo, Rascacielos es un libro necesario. Retrata a la perfección la lucha de clases, el hacinamiento urbano, la desconexión con el entorno y el permanente estado de insatisfacción al cual el capitalismo nos somete, pero lo hace a través de un retrato frío y distante que, si bien podría funcionar como documental, en tanto novela carece del componente emocional que se le presupone al género. Y si bien es innegable que vivimos en un mundo ballardiano y que Rascacielos es una novela muy realista, eso no significa que una novela no deba seguir siendo un corte transversal en el tiempo.