A veces la nostalgia tiene razón de ser. No siempre nos dejamos llevar por los cantos de sirena, por la mediocridad o el signo de los tiempos, sino que, muy de vez en cuando, cosas realmente prodigiosas consiguen conquistar el corazón de toda una generación sin que ello signifique un demérito para su propia calidad. Y si bien eso es una excepción, si normalmente gana el marketing o la extraña alquimia que es la suerte o la casualidad, cuando ocurre hay que quitarle el polvo de la nostalgia a aquellas obras que consiguen superar la prueba del tiempo demostrando que siempre fueron brillantes.
Algo así podríamos decir de Touch. Adaptación del manga de Mitsuru Adachi, todavía hoy considerado uno de los animes más importantes de la historia, se emitió en España bajo el nombre de Bateadores y volver a ella está teñido de una fina capa de nostalgia que nos hace pensar en la serie como en un producto menor, infantil; un reflejo de lo que fuimos que nada tiene que ver con la seriedad y profundidad que ha alcanzado la televisión, anime incluido, hoy en día.
Salvo porque eso es mentira. Ni Touch es «una serie para niños», ya que estaba y sigue en la vanguardia de la animación, ni «vivimos en la edad de oro de la televisión», pues siempre han existido series con fuerte carga narrativa. Sólo que ahora los departamentos de marketing invierten más dinero en la televisión.
Touch nos narra la historia de dos familias, los Uesugi y los Asakura, que tienen respectivamente un par de gemelos y una hija: Tatsuya y Kazuya, dos chicos, por parte de los Uesugi; Minami, una chica, por parte de los Asakura. Si además sumamos que los tres nacieron más o menos al mismo tiempo, que la madre de Minami murió en algún momento del pasado y que de niños se comportaban como auténticos demonios —hasta el punto de que, no sin razón, ambas familias deciden unir sus jardines para poder edificar un pequeño edificio entre ambas casas donde puedan pasarse todo el día jugando sin molestar — , tenemos todas las claves para la historia: se comportan como hermanos, pero sólo dos de ellos lo son. Y como dice el propio Tatsuya, que ejerce de narrador en las pocas escenas extradiegéticas dentro de la serie, al llegar a adolescentes se dieron cuenta que uno de los tres era una chica.
Aunque podría pasar perfectamente por ser una más de las muchas series de romances adolescentes con deporte de fondo, Touch es bastante más compleja que eso. Para empezar, a causa de los gemelos. A pesar de que son físicamente idénticos, diferenciándose sólo por el peinado —recto y recortado en el caso de Kazuya, escalonado y revuelto en el caso de Tatsuya —, en personalidad, sin ser antitéticos, no guardan ninguna relación: Kazuya es serio, confiable y trabajador, lo cual le hace ser el pitcher del equipo de baseball que les llevara a la final de la liga, mientras que Tatsuya es un trickster demasiado vago como para esforzarse en nada, alguien con potencial que no tiene interés alguno en explotarlo. Eso hace que Kazuya sea constantemente espoleado por todos, incluida Minami, siendo considerados la pareja perfecta. Algo que molesta a Tatsuya en cierto grado, que ni es popular ni parece tener el respeto o cariño de nadie de cuantos le rodean, pero en lo que no se entromete en ningún momento: prefiere verlo todo desde la barrera, ya que es demasiado vago para hacer nada al respecto.
Salvo porque no es eso en absoluto. Touch es una serie de engaños, reflejos, giros narrativos. Toda una panoplia de estrategias no para confundirnos, sino para mostrarnos las contradicciones internas de unas personas que no se revelan tal y como son de entrada.
A lo largo de sus primeros veintisiete episodios vemos cómo todo se desarrolla de tal modo que, una vez asentada la trampa de las falsas concepciones —en suma, hacernos creer que los personajes son arquetipos sin mayor profundidad; personajes, no personas — , todo va encaminándose hacia otro terreno diferente. Ambos hermanos están enamorados de Minami, pero ni Kazuya es un genio del baseball como todos creen ni Tatsuya es simplemente vago. Tatsuya ha sido siempre el genio, el capaz de hacerlo todo bien, mientras que Kazuya iba siempre a rebufo, pero esforzándose mucho; mientras que el hermano mayor dejó de esforzarse para no hacer daño a los demás, su hermano se esforzó hasta el límite para poder estar a su altura. Algo que jamás logrará.
Es en ese juego de tensiones donde se dilucida la historia. Minami está enamorada de Tatsuya, pero muestra su apoyo hacia Kazuya porque es el que necesita esforzarse para estar donde está; Kazuya es el prototipo de buen chico bajo los cánones paternos, pero concibe todo en términos competitivos, ganar o perder, sin tener en consideración los sentimientos ajenos. Y lo mismo va para los padres. Incluso si parecen sentir mucho más afecto por el hermano pequeño (hasta el punto de hacerse odiosos en algún momento), jamás dudan de él o creen que esté por debajo de su hermano.
Toda la primera temporada de Touch es un baile de máscaras. Descubrir qué piensan o sienten en verdad los personajes es lo más importante, con el baseball como telón de fondo sin mayor importancia —que cobra importancia al final de la temporada, pero especialmente a partir de la segunda — , para acabar en un giro que lo cambio todo.
Aquí no cabe la nostalgia. Ni la música ni el dibujo ni la forma de animación nos remiten a otra época (al menos, que podamos identificar como familiar salvo que seamos japoneses), por lo cual no cabe excusa alguna para defender la serie más allá de sus méritos narrativos. Y esos, durante su primera temporada, sobrepasan ampliamente lo indiscutible.
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