Para quien no lo haya hecho aún, se puede leer la primera parte de este artículo tal que aquí.
Cómo superar una pérdida cambia de persona en persona. Existen quienes necesitan abrazar la tristeza, quienes necesitan evadirse e, incluso si no es el modo más saludable, quienes necesitan autodestruirse para poder volver a resurgir de sus cenizas. A fin de cuentas, no venimos con un manual debajo del brazo que nos diga cómo actuar cuando nuestra vida se viene abajo.
Kazuya murió en un accidente al final de la primera temporada de Touch. Nadie pudo hacer nada por evitarlo. No hubo culpables. Ni siquiera hubo razón alguna —razón en el mundo de Touch, al menos — , porque la vida a veces es eso: pérdidas sin motivo alguno. Era un día cualquiera, era un día importante cara a la final que podría llevarle a él y a su equipo al koshien (el torneo nacional de baseball entre institutos), pero se murió por el camino. Murió por el camino y nadie lo supo hasta que acabó la final porque Tetsuya no quiso que nadie que no fueran sus padres tuvieran que centrarse en algo que no fuera el partido. El partido por el que, en cierto sentido, su hermano dio la vida.
Toda la segunda temporada explora las consecuencias (in)directas de ese suceso. No sólo en los personajes principales, sino en todo el pueblo. De ahí que la primera mitad de la temporada se centre en mostrarnos el pulso vital de la comunidad: Kazuya era el golden boy, la única persona importante que había surgido en el barrio en mucho tiempo, y su pérdida, más que una tragedia familiar, es una tragedia colectiva. Con él se pierde no sólo la vida de un joven o un pitcher de talento, sino la posibilidad de que todo Japón centre su atención en el barrio. Que alguien nacido allí sea tan significativo y especial que haga sentir del mismo modo a todos sus convecinos.
A partir de esa premisa se articulan todos los conflictos que ocurren en la temporada. Con el equipo de baseball del instituto caído en desgracia, ya que no tienen capacidad real para ganar una vez desaparecen de la ecuación Tetsuya y los jugadores de tercer año, es necesario encontrar un nuevo ídolo para el pueblo, si es que eso es posible. Y ese ídolo lo encuentran en el personaje que, hasta el momento, había quedado en un sutil segundo plano sólo como epitome de la feminidad, la belleza y la responsabilidad. Hablamos, como no podría ser de otro modo, de Minami.
A petición de una compañera de clase, Minami decide cubrir un hueco en la competición interescolar de gimnasia. Dada su combinación de extrema combinación, talento natural y belleza, a pesar de no ganar, si consigue pasar a la siguiente fase y hacer que la prensa local se fije en ella como the next big thing. Y con ello comienza el conflicto.
Tetsuya, todavía en proceso de duelo, se ve inmerso en un profundo conflicto interno con dos lados: por un ladoMinami, de quien está enamorado, como lo estaba su hermano; por otro lado el baseball, para el cual tiene talento, como lo tenía su hermano. El problema radica en que Tetsuya siempre estuvo por delante de Kazuya. Tanto en el talento como en el amor. De ahí que si la culpa le impidió seguir practicando baseball, dejando que él fuera la estrella, ahora se encuentra con las consecuencias lógicas de una vida perezosa: incluso con un talento desproporcionado no pasa de ser un jugador medianamente bueno. Y eso se hila con la culpa. Se siente culpable por la muerte de su hermano, porque no pudieran ganar el torneo el año anterior, por lo cual se pone en la situación de necesitar ser el mejor pitcher posible para devolver no sólo a Minami, sino a todo el colegio y el barrio, aquello que perdieron cuando murió su hermano: la posibilidad de llegar al koshien. Y con ello, cumplir el sueño de Kazuya de llevar a Minami al torneo.
El problema es que el amor es un catalizador potente. Mientras ella decide centrarse en las prácticas de gimnasia para superar la pérdida, no permitiéndose distraerse ni un instante, él decide centrarse en las prácticas de baseball para devolver aquello que siente arrebato a los demás, encontrándose ante un muro imposible de rebasar. Tanto en un plano físico como mental. Tetsuya siempre se refrenó para permitir brillar a su hermano, mientras que Minami siempre se esforzó al máximo: mientras que a él le mueve la culpa, a ella le mueve su forma de ser. Parece lo mismo, pero no lo es. Donde para ella es sólo hacer lo que ha hecho siempre, para él es intentar recoger el testigo de su hermano.
Ese antagonismo lógico es el que sostiene toda la temporada. Aunque comparten el modo de llevar el luto, la diferencia es de carácter: ambos tienen talento y gracia natural para los deportes, pero la tensión psicológica que soportan es de diferente orden. Ella está intentando esquivar el problema, fingiendo que no ocurre nada, mientras él está abrazando el problema, no pudiendo pasar página hasta que consiga reparar su deuda.
Eso explica también cómo se definen la relación de todos los personajes secundarios. Dado el cisma existente entre ambos protagonistas aparecen nuevos pretendientes que, si bien no tienen posibilidades con ellos, permiten que su relación no se enfríe nunca al mantenerlos en un estado permanente de celos —tal vez más evidentes en Tetsuya, pero no menos intensos en algunas de las reacciones de Minami — , además de nuevas relaciones, como es el caso de Kōtarō Matsudaira —que pasa de odiar a Tetsuya a intentar convertirlo en Kazuya y, sólo al final de la temporada, aceptarlo tal y como es — , haciendo que todo fluya de forma natural en un constante vaivén emocional.
Eso no quita para que la serie muestre también algunos pequeños problemas. Algunas de sus subtramas se repiten en exceso y otras se abren y cierran tan rápido que difícilmente pueden tener impacto emocional alguno, pero eso se puede perdonar teniendo en cuenta el amplísimo plantel de personajes relevantes que hay en la historia. Tantos que sería imposible nombrarlos a todos. Todos definidos, en cualquier caso, por los mismos atributos: la culpa, los celos, la angustia de saberse juzgados por una sociedad que les exige resultados. En suma, personas, no personajes.
Con la tercera temporada entra en juego un nuevo entrenador, un Tetsuya que comienza a hacerse al entrenamiento y una Minami con potencial para convertirse no sólo en una gimnasta de nivel nacional, sino también en algo más. Con toda la problemática asociada que ello conlleva.
Y entonces, ¿el baseball? Muy bien, gracias. Sigue ahí, cada vez más presente, pero nunca pisando el terreno del drama que tanto y tan bien cultiva la serie entre partido y partido, que cada vez se suceden antes. Está, se le espera, pero todavía está calentando. Pues si la primera temporada cerraba con una serie de partidos ejemplares, epitomes de la tensión en tanto el equipo era absolutamente dependiente de Kazuya, la segunda desarrolla otra serie de partidos donde la tensión se genera por el duelo, al menos en doble sentido: el duelo por Kazuya, que da a entender que es imposible que lleguen al koshien, pero que deben hacerlo por él; pero también el duelo contra Kazuya, pues Tetsuya necesita demostrar que puede ser tan bueno como su hermano. Que puede no sólo sustituirlo, sino también cumplir su único deseo en la vida. Y al hacerlo, demostrar que el sueño del koshien, y la posibilidad de llevar a Minami consigo hasta aquel, todavía es posible. Incluso si es a través de un avatar, no de su propia mano.
Hasta aquí llega la segunda temporada de Touch. Veintiocho episodios que bailan bajo el concepto originado en un giro de guión capaz de trastocar la vida entera de todos sus involucrados. Y que seguirá teniendo efectos. Porque el duelo no acaba cuando nos sobreponemos a la muerte, sino cuando nos marca tan profundo que ya nunca podemos volver a ser los que éramos.