De la justicia a la venganza media la violencia. Sobre «Tokyo Gore Police» de Yoshikiro Nishimura
Los límites de la violencia es una de las problemáticas más acuciantes para pensar los límites de las comunidades. En tanto toda posición puede ser defendida de forma potencial a través de actos de violencia, la imposición de nuestro criterio sobre el mundo, siempre nos encontramos al borde del conflicto; en tanto animales, siempre estamos abiertos hacia el uso de la violencia para preservar nuestros intereses. Ahora bien, a diferencia de los animales, nuestro uso de la fuerza puede tener usos que trasciendan la mera defensa de nuestros intereses personales: el ser humano puede ser violento por placer. Si además sumamos a ello que establecer una comunidad supone llegar hasta un acuerdo de mínimos, para vivir en sociedad es necesario un garante que asegure no ser agredido por cualquier otro ser humano bajo condición alguna. Ese garante es la policía.
¿Qué ocurre cuando la policía se arroga en su derecho divino, buscando los intereses que emanan desde el poder interesado de las fuerzas fácticas —no necesariamente el estado, también los rangos superiores dentro de la policía misma — , para llevar sus intereses más allá de defender a los ciudadanos? Que entonces no existe comunidad porque queda, de forma automática, disuelta en un estado autoritario que no permite la comunión entre las personas; los únicos que son defendidos son aquellos que comulgan con los intereses policiales, y por tanto los únicos que quedan dentro del sentido comunitario en sí. Volvemos al estado anterior de brutalidad, sólo que empeorado al tener que sumar comunidades de individuos violentos entrenados para aplicar la violencia. He ahí que Tokyo Gore Police, del ya mítico Yoshikiro Nishimura, sea un ejemplo de como la violencia divina acaba siempre teniendo las mismas consecuencias si no se mantiene bajo control: acaban velando, exclusivo, por sus propios intereses internos.