El cine es aquello que nos dice algo sobre el hombre (sin decirnos algo sobre el hombre)
13 Tzameti, de Géla Babluani
El fruto de la fortuna puede caer tanto del lado de la dulzura propia del durazno como tornarse del lado del durazno amargo, aquel que ataca nuestras papilas como la insidiosa demostración de que incluso lo que pensamos que necesariamente ha de ser bueno se puede volver contra las expectativas depositadas en él. Lo que normalmente llamamos suerte o fortuna no deja de ser el fruto de la casualidad, una oportunidad que pasa ante nosotros pero que de su bondad o maldad ‑siempre hipotéticas, en tanto formas de la existencia no tienen cualidades morales- es indefinible por sí misma en primera instancia. ¿Cómo podemos decir que la suerte es buena o mala cuando, de hecho, esta no es más que un acontecimiento que por casualidad viro en una u otra dirección por los caprichos de los sucesos del mundo que han propiciado tal acontecimiento? Porque aunque sabemos perfectamente que no hay nada de milagroso en el mundo, que todo cuanto ocurre viene propiciado por las acciones que en el mundo se practican, siempre queda un último rescoldo de pensamiento mágico, del y sí… de la posibilidad de La Fortuna.
En una película como 13 Tzameti esto es algo tan obvio que prácticamente se puede respirar a cada instante. El encuentro fortuito de la invitación formal donde se puede ganar mucho dinero, el lujo campestre de la pobredumbre, los tambores martilleando contra la cabeza de algún otro desconocido; ¿qué es la suerte? No lo sabemos, porque no sabemos si considerar suerte acabar en un lugar donde podríamos acabar con los sesos desparramados por la pared o llevarnos una cantidad obscena de dinero sino ocurre. Entonces preguntemos otra cosa, ¿es bueno para 13? Sólo si no acaba con los sesos desparramados por la pared.