los tamagotchis rotos son como auto-retratos líquidos
Un grito ensordecedor cegado por una guitarra fulgurante. Personas que carecen de superpoderes después de robarlos sin censura en una casa de subastas. Un antiguo mercenario del pop asesinado por la ira renacida de un joven hijo bastardo del folk y la furia. Escuchar las notas que nunca fueron tocadas, ignorar las convenciones para quemarlas. Hacer un disco llamado We’re gonna walk around this city with our headphones on to block out the noise. Ignorar el nombre. Ser Nosferatu D2.
Intentar hablar de Nosferatu D2 desde las manidas nociones de la crítica musical sería como intentar definir desde el concepto de sexualidad católica una orgía bien cargada de MDMA en el interior de un autobús en caída libre desde un Boing 747. Es caótico y salvaje, no hay ninguna noción que se supone que deban respetar o reverenciar con una absoluta prioridad hacia cualquier acercamiento artístico. Es todo furia desatada; es el punk llevado hasta la noción misma de la musicalidad. El intento de aplicar cualquier etiqueta nos llevaría hacia un fracaso tan absoluto como absurdo. Aquí no encontramos indie, ya está tan fuera de él que el disco se tuvo que encontrar y publicar tres años después de la disolución del propio grupo. Y llamarlos alternativos presuponen que es una salida tangencial desde la tradición, un camino paralelo, y no la aniquilación de cualquier convención que transpire cerca suyo. No existe a día de hoy un aparato crítico que pueda digerir la mímesis aniquiladora de esta increíble acción de pura sociabilidad autista musical.