El encuentro se da en la transgresión. Sobre «Killers», de Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto
No somos animales gregarios. El ser humano necesita de los otros para edificarse, aunque no por ello nuestra tendencia natural sea la existencia en manadas; edificamos comunidades, construimos espacios en común con los otros, pero cuanto más seguros de nosotros mismos estamos menos necesitamos su presencia. Buscamos la aprobación de los otros sólo cuando no la tenemos de nosotros mismos. Sin comunidad no podríamos existir, porque no somos seres autosuficientes, pero la importancia que concedemos al pensamiento ajeno es directamente proporcional a nuestra capacidad para actuar y juzgar nuestros actos sólo desde nuestra propia mirada: cuanto menos seguridad tengamos en nuestros actos, más dependientes seremos de la opinión de los otros. Todo acto de creación es considerado un acto de transgresión, ya que la creación auténtica sólo puede darse cuando son violados los principios básicos comunitarios. No transgredimos por oposición a los otros, sino para crear nuestros propios lazos comunitarios.
Killers sigue los pasos de Macabre, la anterior producción Kimo Stamboel y Timo Tjahjanto, poniendo bajo la lupa todo aquello de donde partía la anterior: si la familia protagonista de su primera película se unía con más fuerza a través de la transgresión (en su caso, el canibalismo), en su segunda película encontramos la búsqueda del gesto comunitario a través de la transgresión (en su caso, el asesinato). La película parte de una pregunta importante, ¿por qué un asesino en serie subiría vídeos de sus torturas y posteriores ejecuciones al equivalente asiático-macabro de Youtube? O bien porque busca lanzar algún tipo de mensaje o bien porque busca estar más próximo de aquellos que sienten los mismos impulsos que él. Si el asesinato no es válido por sí mismo, en cuyo caso no necesitaría grabarlos y difundirlos, entonces es porque son un medio para alcanzar otra cosa. Ahí empieza el juego.