Intentar resumir la producción literatura de un año es objetivo para toda una vida. Literalmente. Podríamos elegir un año aleatoriamente y leer única exclusivamente aquellos libros que se publicaron por primera vez en ese año y, antes de morirnos, no habríamos leído ni un 10% de lo que nos habíamos propuesto. Si además sumáramos re-ediciones, clásicos y traducciones, entonces la cifra se volvería dramáticamente menor. Es decir, para cribar con objetividad, es mejor acudir a la estadística o a la historia.
Aunque suene extraño, eso resulta reconfortante. Nos quita responsabilidades. De ahí que, en esta lista, más que la lista objetiva de mejores libros aparecidos en 2017, hay un montón de pequeños trampas, atajos y una mirada al interior de mi cabeza casi más que hacia el estado de la actual industria editorial. O el párnaso literario.
Pero está bien que sea así. Para decidir lo demás, qué es histórico o absoluto o imprescindible, ya tenemos herramientas inexactas y un juez severo. A partir de ahí, ¿por qué no intentar disfrutar del resto?
Blame!
Espacios imposibles, paseos introspectivos y encuentros que se resuelven con violencia o con el recuerdo de la violencia pasada. Eso es Blame!. Pero sería injusto decir que la opera magna de Nihei se agota en sus silencios. Porque entre perspectivas demenciales y persecuciones constantes va hilando la historia de la humanidad, del protagonista, Killy, y de cómo llegamos hasta una situación donde todo lo que queda de nosotros es una ciudad en eterna expansión buscando exterminar a los pocos humanos que quedan vivos. Brillante en lo visual, incluso más brillante en lo literario.
Cumbres Borrascosas
Se re-edita prácticamente cada año. Y cada año sigue vendiendo más que la mayoría de libros actuales. Algo normal. Cumbres Borrascosas es una obra maestra tanto en lo narrativo como en lo estilístico, demostrándonos que Charlotte Brönte no sólo era excelente en las descripciones —especialmente, por extraño que suene, en las escenas de acción: pocas veces se leen tropiezos, caídas y puñetazos más vividos que los aquí presentes— o en la poética del lenguaje, sino especialmente en la psicología de unos personajes torturados y torturadores de un modo tan cercano, tan humano, que es inevitable comprenderlos. Incluso si nos duele admitirlo.
El Multiverso
Ocho números uno de series inexistentes enlazados por un conflicto cósmico que amenaza con destruir todas esas realidades en apariencia inconexas entre sí. Esa es la premisa de Multiverso. Y si bien el resultado no es el mejor cómic de Morrison, sí tiene el que es, probablemente, su obra más redonda hasta la fecha: Pax Americana, una suerte de retelling de Watchmen en veinte páginas y el triple de experimentación narrativa y formal. Sólo con eso ya justificaría estar en esta lista. Pero, además, el resto es igualmente exquisito.
El tenis como experiencia religiosa
David Foster Wallace levanta ampollas. Adorado por muchos, despreciado por una cantidad casi igual —todo por puro efecto reactivo, por la necesidad de, a la «madurez», cagarse en los héroes de la adolescencia como un modo de reafirmar su propio paso a la edad adulta de un modo muy adolescente — , sigue siendo uno de los mejores escritores que nos ha dado el idioma inglés en el último siglo. Y hablando de tenis, del negocio millonario detrás del mismo y de la física cuasi mitológica de sus jugadores implicados, especialmente en el caso de Nadal y Federer, nos recuerda hasta qué punto sigue en forma a pesar de sus fans, sus ex-fans y todo lo que supuso su muerte.
La aldea feliz
Tener alguna clase de interés por Animal Crossing o los videojuegos, tema de este ensayo, es completamente secundario. El mérito de Pablo Algaba es convertir La aldea feliz no sólo en un brillante análisis de las vicisitudes empresariales, narrativas y jugables de una querida saga de videojuegos, sino también hacer un análisis certero e inteligentísimo sobre roles de género, representación y capitalismo. Algo que otros autores, en libros supuestamente más «serios», no han conseguido ni rozar con la maestría que lo hace Algaba. Porque si en Nintendo se contiene el mundo entero, en Animal Crossing está el reflejo de nuestros prejuicios.
La bella Annabel Lee
Vejez, juventud, errores del pasado, tiempo asincrónico, relaciones asincrónicas. Kenzaburo Oé se utiliza a sí mismo y a su hijo para contar una historia falsa, pero que bien podría ser real, para mirar, a una distancia que le está vedada, la historia de un grupo de mujeres que intentan sobrevivir a los traumas derivados de vivir en un mundo controlado por los hombres. Todo ello bien aderezado de pulso poético, sensibilidad y ninguna necesidad de hacer alegatos grandilocuentes al respecto de los temas de los que habla. Porque, en ocasiones, es más terrible lo que se insinúa con regocijo que lo que se enseña con descaro.
La pequeña forastera
Nagabe quiere dejar claro de qué trata su historia desde el minuto uno: en este mundo hay seres malditos. Esa es la única concesión explícita al world building. A partir de allí todo ocurre siguiendo a los personajes: una adorable niña pequeña, blanca como la nieve, y un extraño hombre alto, negro y con cabeza de plumífero vagamente monstruoso. Un peculiar remiendo de relación padre-hija. Y con esos pocos elementos tiene suficiente para ir hilvanando un mundo que le es a los personajes tan hermético, precioso y especial como lo acaba siendo para nosotros.
Libros de sangre
No valoramos a Clive Barker en su justa medida. Excelente en la construcción de atmósferas, notable en la construcción de personajes y siempre terrorífico cuando se trata de hacer elevar las pulsaciones de lector, en Libros de sangre ocurre algo que no ocurre en casi ninguna colección: todos sus relatos resultan interesantes o arrebatadores, cada uno por razones distintas. Incluso aquellos que fallan o se quedan cortos resultan evocadores. Porque, cuando se trata de aterrorizar en cortas distancias, Barker no tiene rival.
Manga in Theory and Practice
Si algo sobra en el mundo son manuales de cómo escribir; si algo falta en el mundo son obras que asumen la responsabilidad de explicar porqué nos emocionamos cuando hablamos de arte. A fin de cuentas, ya han pasado un par de milenios desde la Poética de Aristóteles. Y a eso ha venido Hirohiko Araki. A contarnos cómo, desde su experiencia de más de treinta años dedicado al manga, es posible hacer un análisis estructural, pero flexible, de las razones por las cuales determinadas obras funcionan con el público y otras no. Algo que merece la pena leer viniendo del hombre que ha firmado JoJo’s Bizarre Adventure, uno de los mangas más influyentes de la historia.
Narcisa
En literatura son pocas las obras de culto que no caigan en algún extremo del más ridículo adolescentismo. Y no es menos cierto que sería fácil ver eso en la obra de Jonathan Shaw. Con sexo, drogas y un retrato de la mugre en un Brasil paupérrimo, sería fácil caer en la trampa del «too childish for me». Trampa, decimos, porque el libro es excelente. Cayendo y recayendo constantemente en las lógicas de la adicción, la novela nos atrapa del mismo modo que las drogas o Narcisa atrapan a Cigano: no por provocarle, sino por su mera presencia. Porque, tras experimentar el subidón una primera vez, es difícil no seguir el impulso de volver a mirar al abismo. Incluso si el abismo siempre es uno y el mismo.