Los cuentos siniestros, de Kōbō Abe
Cualquier acercamiento que hagamos hacia lo desconocido, sea esto un desconocimiento de las sombras de aquello que nos resulta cercano o de aquello que nos resulta completamente ajeno por su lejanía, estará siempre lastrado por la tendencia de compararlo con aquello que ya conocemos. Es común que al abordar un autor o un concepto hagamos analogías, lo establezcamos como el nuevo x o el x extranjero, por nuestra propia imposibilidad de ahondar en la problemática singular que supone en sí mismo; el juego de la comparación, si se ejerce como reduccionismo al análisis de figura y acto, resulta un proceso pernicioso que no capta sino que oblitera toda posible condición de realidad en él. Es por ello que si pretendemos entender la figura de un autor o un concepto, más aun si hablamos del caso de Kōbō Abe y la figura de lo siniestro en su obra, deberemos abordarlo a partir de aquello que lo hace único y no a partir de aquellos rasgos estilísticos que nos permitan remitirnos a comparaciones espurias que nada dignifican su figura.
La primera comparativa sería un caso paradigmático en toda publicación en Occidente de la obra del japonés: Kōbō Abe es el Franz Kafka japonés. Sin pretender despreciar la obra del maestro checho, y partiendo de la obviedad de que Abe leyó y se vio influido de forma notoria por él; aun cuando ambos abordan en su literatura enfrentamientos del hombre contra una realidad que se escapa de su propia comprensión, Kafka siempre se establece a través de una pauta de culpa judeocristiana que es inexistente en Abe: si para Kafka el absurdo del mundo viene por la imposibilidad de la comunicación que no deja de ser un retrato de la incomunicación ante Dios, el absurdo de Abe se define a través de su propio proceso de incomprensión: mientras la represión kafkiana viene de afuera a adentro (Dios, la sociedad, la familia, el Estado), la abeana siempre se define en la tragedia de su propio adentro. Un ejemplo muy claro de esto sería Al borde del abismo, un cuento narrado en primera persona donde conocemos los desordenados pensamientos de un boxeador en horas bajas, al más puro estilo de James Joyce, donde se caracteriza en el exterior la lucha que le enviará al retiro forzoso pero que en sus pensamientos descubrimos que él mismo es quien se auto-sabotea en el combate.