El problema del ajedrez como motivo literario es que vale para hablar de todo, salvo de lo más importante: de la existencia. Se parece a todo, al amor o a la guerra, a la política o a las familias, pero si hablamos de la vida nunca se parece en nada al ajedrez. Nunca saldremos vivos de esta vida y, en el ajedrez, siempre cabe la posibilidad de ganar por remota que esta sea. O quizás por eso, el ajedrez sólo puede ser metáfora de la muerte, de la aceptación: en tanto perder es una opción tan probable como ganar, sólo nos queda aceptar que cuando entramos al juego debemos plegarnos a sus reglas. Incluso cuando no sabemos estar jugando.
¿Qué es un gambito de caballo? Para quienes no estén familiarizados con el ajedrez, consiste en sacrificar una caballo para obtener una ventaja táctica en el tablero. Si hablamos de Gambito de caballo, parece evidente por donde puede ir la metáfora: no sólo el sacrificio del caballo, o el caballo como sacrificio —asumiendo en el proceso que para ser un jinete excepcional, o llegar a ser excepcional en cualquier ámbito, es necesario el sacrificio, incluso, cuando no se percibe como tal — , sino también el carácter ajedrecístico, filosófico, deductivo en suma, de la novela de detectives. Toda investigación es confrontación de ingenio. Allá donde el criminal dispone todo para no ser capturado, el detective debe leer sus errores para derrotarle; quien empieza el primer movimiento tiene ventaja porque, hasta que se cometa un primer error, es él quien controla el tablero: cometer un crimen constata que se está jugando, pero nada se puede hacer hasta que no comete algún fallo.