Treehouse of Horror XXIII, de Los Simpson
I. Profecía
Según Terence McKenna en Diciembre del año 2012 acontecerá un acontecimiento de niveles cósmicos que producirá un despertar de la conciencia colectiva de la humanidad, lo cual puede ser tan terrorífico como si de hecho los calendarios mayas marcaban finalmente el fin del mundo el vez del mucho más obvio cambio de ciclo —pues, y aunque resulte inconcebible para algunos, los calendarios mayas, aun cuando inagotables, también llegaban a su fin y necesitaban ser de nuevo comenzados cíclicamente. Sea un cambio de ciclo o una auténtica destrucción, el leit motiv detrás de esto es la necesidad constante del hombre de pensar en el fin del mundo, de la muerte inevitable que ya acontecerá como definitiva: el deseo secreto de la mayor parte de la humanidad religiosa, de todos aquellos que quieren encontrar un sentido absoluto a su vida a toda costa, es el fin del mundo: los que mueran en el apocalipsis habrán encontrado el sentido último de la vida, haber visto el apocalipsis. En esa muerte última, en esa destrucción de todo hombre que pueda haber venido después de nosotros, se encuentra la singularidad exclusivista en la que cada hombre no es ya sólo una vida más, sino que se convierte en uno de los elegidos para haber sido el último hombre de la Tierra.
El interludio maya del episodio, con un Homer evitando a toda costa el convertirse en un sacrificio humano para poder así evitar el apocalipsis, no deja de ser una proyección de lo contrario al sentimiento apocalíptico: el hombre hedonista, el dandy, aquel cuyo único propósito es ser recordado por disfrutar de la vida en su absoluta plenitud, es el único que no desea en ningún caso el apocalipsis. El hombre de verdad, aquel que ha concluído en una serie de elecciones vitales personales a través de las cuales conduce su vida, ni quiere ni necesita el apocalipsis porque, precisamente, él se sabe recordado; el hombre que necesita el apocalipsis es el que sabe que su vida es miserable y carente de sentido, una consecución de días sin sentido perfectamente intercambiables por los de cualquier otro. He ahí el terror profundo de la vida, querer destruír toda vida porque aun no hemos aprendido a vivir.