Suele decirse que de la genialidad a la locura hay un paso pero creo firmemente que esto no es cierto, el problema no es de los genios, el problema es del resto de la humanidad incapaz de comprender lo excelso de algunas de sus excentricidades. De este modo, quizás nuestro problema a la hora de ver a Charlie Bronson sea que no podemos entender su genio.
Bronson es un biopic del criminal Charles «Charlie» Bronson, un hombre que busca su vocación, aunque su primera y absoluta vocación sea el espectáculo, ser un actor de la violencia. Un hombre que en libertad se hace luchador clandestino, que en la cárcel se dedica a agredir brutalmente en la misma medida que actúa de modo cortes y servicial o que en el psiquiátrico después de (casi) matar a uno de los residentes consigue un diploma que atestigua estar perfectamente cuerdo, un hombre para el que la cárcel es una habitación de hotel. La violencia es parte de la existencia misma de Charlie, no por demente, no por una vida trágica y triste, simplemente, es una extensión de si mismo, su arte. El actúa, actúa agrediendo a sus compañeros y carceleros, realizando secuestros y burlándose en el juicio declarándose tan inocente como Hitler o pinta para acabar pintando el cuadro ultimo, un hombre vestido y pintado para crear su visión de un cerdo. Y actualmente, aun encerrado disfrutando de su gloria, consiguió mandar un mensaje con su voz a la gala del estreno de su película sin autorización estando en una celda de máxima seguridad.
Y finalmente, se encuentra esa asociación continua entre Charlie Bronson y Arthur Cravan, dos boxeadores, dos poetas, dos actores de performances violentas y no aceptadas. El arte como violencia sigue vivo en forma del preso más violento de Inglaterra.