NYX, de Joe Quesada
Una de las cosas más terribles que han acontecido con la absoluta hegemonía del capitalismo ‑y ya no tanto el capitalismo en tanto sí mismo como todas las conformaciones subsidiarias de dominación que, subrepticiamente, este impone- es la cristalización del tiempo en una realidad indisoluble y perpetua que no puede ser asumida o movilizada. Vivimos en un tiempo que nos flexibiliza a su catedralicio inmovilismo. El tiempo se establece ya como Tiempo, absoluto y trascendental, a través del cual debemos estar a la altura; el tiempo se convierte en el capitalismo en una medida de cambio mercantil en el cual el tiempo es un equivalente absoluto al dinero. Esto, que exploraría incluso algunas super-producciones chungas como In Time con Justin Timberlake a la cabeza, nos llevaría al hecho de que todo nuestro tiempo está mediado por el uso productivo que le demos: el tiempo bien invertido es el tiempo que es útil instrumentalmente (en el movimiento de capital); para conseguir dinero necesitamos invertir tiempo pero para poder tener tiempo (de ocio) necesitamos dinero. La vida se convierte en una perpetua producción de tiempo-valor que destruye nuestra vida en una perpetuación constante de la maquinaria de la negatividad del capital.
Pero cuando hablamos de tiempo en estas connotaciones estamos hablando de tiempo productivo, el tiempo en el que damos beneficios al sistema por estar haciendo algo que va en favor del valor en sí mismo ‑cuando trabajamos de cualquier modo, produciendo valor de cualquier clase (lo cual implica tanto trabajar uno mismo, como consumir mercancías), estamos cosificando el tiempo en su valor capital. Bajo esta perspectiva la vida de Kiden Nixon es ideal en tanto no produce jamás valor productivo de ninguna clase, ya que no paga por nada y lo que necesita lo coge sin mediar una transacción consistente en una mediación monetaria o temporal. Pero, además, su poder intrínseco en tanto revolucionaria es el no asumir tampoco ese tiempo como algo que debería aprovechar, pues no se produce en sí misma la condición de necesidad de aprovechar ese tiempo, sino que lo utiliza para tareas que son esencialmente improductivas pero que, en último término, le producen una satisfacción personal (o, si se prefiere, un cumplimiento del deseo) pleno; la fiesta, las drogas y la amistad que se posee sin esperar nada a cambio son la fuente de satisfacción que articula ella en sí y para sí. Es por ello que, ya en su sentido más básico, Kiden es la heroína prototípica de la noche, de la catarsis, de lo que anula todo valor instrumental en el mundo. Ella es el auténtico ser revolucionario.