Aunque en Europa hay cierto recelo hacia la celebración de Halloween en tanto festividad importada no les ocurre lo mismo a los americanos con respecto de ella: la viven con la pasión enfermiza del que se sabe mortal y debe vivir cada día con la muerte. Por ello quizás en Europa con su Historia y su tendencia hacia la mirada condescendiente hacia el oeste considera que celebrar la noche de las muertes con alegría y jolgorio, anular de plano la separación entre la vida y la muerte para trascender la idea de la muerte, es una falta de respeto hacia la integridad de nuestros muertos. Como si acaso hubiera dignidad alguna en la muerte. Por eso no debería extrañarnos que una serie como American Dad!, auto-paródico retrato de un costumbrismo americano hiperbolizado, haga un especial de Halloween tan bien trufado de pura algarabía, lucha y estupidez como es Best Little Horror House in Langley Falls.
El siempre ultra-americano ‑con todo lo que ello implica: conservador social pero liberal económico; protector de las fiestas pero condenador de la fiesta; y toda clase de paradojas descerebradas que conlleva- Stan, como todos los Halloween, hace de su casa la más terrorífica del barrio para ser el rey de la fiesta de los muertos. O así era hasta la llegada de su nuevo vecino, Buckle, que con su experiencia trabajando en los efectos especiales de Disney consigue dejar completamente en ridículo lo terrorífico de la casa de Stan. La solución para competir contra éste será llevar una serie de peligrosos asesinos en serie con los que trufar la casa de un peligro y terror real al estar ante una serie de monstruosas entidades que fueron capaces de las mayores atrocidades inimaginables. El problema es que poco importa lo que hicieras sino lo que haces, y nadie da miedo en Halloween por lo que hizo sino por lo que hace; en tanto aceptamos la difuminación de lo vivo y de lo muerto, de lo real y lo que hay más allá, el tiempo, la Historia, se detiene para devenir exclusivamente en el perpetuo ahora.
Y siguiendo la lógica anterior Roger soltará a los asesinos que atestarán la casa persiguiendo a cuantas personas haya en ella intentando exterminarlas por todos los medios generando, así, la fiesta definitiva de Halloween. El miedo se torna una realidad que se toma como ficción, pues es indistinguible un asesino real de una persona disfrazada que intenta insuflarte de terror el corazón. Es por ello que en Halloween el propósito no es tanto el terror en sí como hacer que la distinción sustancial entre normalidad y terror, entre la vida y la muerte, se difumine como un mismo espacio común; el propósito de Halloween es hacer que vivos y muertos, lo común y lo extraordinario, se intercambien los papeles continuamente para distorsionar la separación cultural entre ambos. Y es así como el americano más americano de todos, el enclítico Stan, consigue la fiesta de Halloween definitiva: haciendo que la posibilidad de que te maten sea real pero con la sensación siempre presente de que jamás te pasará nada. Esa es la diferencia sustancial entre Europa y Estados Unidos: donde nosotros veneramos a nuestros muertos haciendo una radical separación entre nosotros, ellos aceptan con jolgorio que caminen, al menos un día al año, a nuestro lado.