I. Todo que se afirma sin pensar es verdad
Todo es fabuloso. Se nos vende de forma constante que todo va mejor, que la crisis ya ha pasado, que pagar sobreprecio por productos básicos es algo normal; el capitalismo tardío ha encontrado en la retórica el arma última: a través de una buena narración, cualquier cosa parece ser verdad. Al fin y al cabo, ¿quién no quiere creer que las cosas ocurren por alguna razón superior bien ordenada que se puede predecir? Esa es la base de la religión, también del gesto religioso del capitalismo. Se nos vende un finalismo de lo inmediato, que el mundo ha llegado al cenit de su desarrollo y debemos adoptarnos al destino que éste marca, que nos convierte en productos de consumo, objetos juzgados por lo bien que se adecuan al metarrelato imperante. En consonancia, actuamos al respecto: sonreímos para vendernos como alegres, dinámicos, optimistas cara a los demás; compramos para mostrarnos en la onda, sabiendo sobre qué hablan todos, integrados dentro del sistema; cambiamos para resultar más adaptables, más adecuados, más necesarios para las necesidades del mercado. Se busca encajar en lo que los demás esperan que seamos, ajustando nuestra existencia a los elementos que mejor se venden en cada momento.
Nadie debe ser único, excepcional, porque cualquier gesto personal podría cambiar el mundo, demostrar que el orden no es absoluto. Que el mundo no está construido sobre bases inamovibles. El problema es que somos reducidos hasta ser convertidos en objetos, olvidamos aquello que supone juzgarse sólo desde uno mismo —o lo que es lo mismo, olvidamos qué es ejercer la autocrítica ignorando la opinión de aquellos que repiten la agenda oficial antipersonalista de forma repetitiva — , produciendo que sea imposible tener personalidad alguna. Incluso cuando queremos salirnos de los márgenes, somos reconducidos a través de la destrucción; se nos bombardea con el mensaje, se silencia nuestra presencia, la gente nos da de lado. ¿Por qué? Porque es más cómodo vivir sin pensar, creyendo que la vida debe ser una fiesta constante.