Etiqueta: Berkeley

  • El espejo es la recursividad del objeto que se mira a sí mismo

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    El es­pe­jo, de Jafar Panahi

    Uno de los ma­yo­res pro­ble­mas al ha­blar so­bre el rea­lis­mo es co­mo la gen­te es in­ca­paz de no re­du­cir to­da pos­tu­ra con res­pec­to de la reali­dad en círcu­los con­cén­tri­cos ba­sa­dos en la pu­ra per­cep­ción. Esto no se­ría un pro­ble­ma sino fue­ra por­que no cual­quier cla­se de per­cep­ción va­le, pues los ani­ma­les ‑sin ir­nos (aun) ha­cia re­trué­ca­nos ontológicos- tam­bién tie­nen per­cep­ción del mun­do y de sí mis­mo, ya que só­lo se ad­mi­te co­mo vá­li­da aque­lla per­cep­ción que con­si­de­ra­mos co­mo su­pe­rior; en cual­quier apre­cia­ción de la reali­dad hay una he­ge­mo­nía de la mi­ra­da hu­ma­na con res­pec­to de cual­quier otra for­ma de per­cep­ción exis­ten­cial. Si Berkeley de­cía que ser es ser per­ci­bi­do no se re­fe­ría tan­to a ser per­ci­bi­do co­mo a ser vis­to; no es vá­li­do que los de­más nos hue­lan, nos sien­tan, nos no­ten o nos sa­bo­reen ‑aun­que, qui­zás, si es vá­li­do has­ta cier­to ni­vel que nos oi­gan, pe­ro in­clu­so en­ton­ces de­be­re­mos ma­ni­fes­tar­nos co­mo vi­si­bles en al­gún momento- por­que se ha es­ta­ble­ci­do que la úni­ca for­ma de aprehen­der la reali­dad es a tra­vés de la per­cep­ción ba­sa­da en la vis­ta humana.

    Esto es un pro­ble­ma. Y es un pro­ble­ma no só­lo por­que nos si­túa a Diderot, y su Carta a los cie­gos, en el lu­gar de un ma­ma­rra­cho que afir­ma que los cie­gos co­no­cen la reali­dad ‑lo cual lo pri­me­ro ya es afir­ma­do ale­gre­men­te por la aca­de­mia y lo se­gun­do es plan­tea­do en el tono con­des­cen­dien­te con el que se tra­ta la ceguera‑, sino que tam­bién lo es en tan­to li­mi­tan to­da po­si­bi­li­dad de con­cep­ción del mun­do ha­cia la ex­tre­ma­da­men­te li­mi­ta­da vi­sión per­cep­ti­va del hom­bre. Es por ello que, de re­pen­te, en­con­tra­mos des­agra­da­bles su­pues­tos on­to­ló­gi­cos de cor­te idea­lis­ta: los cie­gos no per­ci­ben la reali­dad, los ani­ma­les exis­ten fue­ra de la con­for­ma­ción del mun­do y el hom­bre es en el mun­do en tan­to con­for­ma el mun­do; es­ta pers­pec­ti­va idea­lis­ta anu­la cual­quier con­cep­ción fí­si­ca de la reali­dad: el uni­ver­so no exis­te an­tes del hom­bre, aun cuan­do ten­ga­mos evi­den­cias de que así ha si­do. Este pro­ble­ma se mul­ti­pli­ca has­ta el in­fi­ni­to en la in­ter­pre­ta­ción del ar­te co­mo mi­ra­da del objeto. 

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  • Dios, o Ubik, es la única sustancia verdadera

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    Ubik, de Philip K. Dick

    Si, co­mo afir­ma Berkeley, ser es ser per­ci­bi­do en­ton­ces nos en­con­tra­mos con una in­fi­ni­dad de pro­ble­mas en nues­tra re­la­ción con nues­tra men­te. El ca­so más co­no­ci­do es creer ver al­go que no es­tá ahí por el ra­bi­llo del ojo o en si­tua­cio­nes de po­ca luz de­bi­do a que, esen­cial­men­te, nues­tro ce­re­bro re­lle­na los es­pa­cios hue­cos que de­jan nues­tros sen­ti­dos con lo que a él más le vie­ne en ga­na; hay al me­nos una par­te sus­tan­cial de nues­tra reali­dad que no es lo que hay sino lo que que­re­mos ver. Bajo es­tas cir­cuns­tan­cias ser per­ci­bi­do no ha­ce ser en ab­so­lu­to a na­die pues, co­mo es ló­gi­co, unas som­bras in­for­mes que nos pa­re­cen una si­lue­ta hu­ma­na no con­fi­gu­ran una per­so­na. Por su­pues­to aquí en­tra­ría­mos en la pro­ble­má­ti­ca su­brep­ti­cia de que ser es ser per­ci­bi­do ne­ce­sa­ria­men­te, só­lo si nos per­ci­ben to­dos los ob­je­tos de un en­torno da­do po­de­mos dar por he­cho que, de he­cho, so­mos. Esto des­en­tra­ña­rá otra se­rie de pro­ble­mas, al­gu­nos de ellos in­creí­ble­men­te ab­sur­dos, pe­ro aquí nos si­tua­ría­mos en la pre­mi­sa más ra­zo­na­ble de Berkeley: só­lo so­mos en tan­to so­mos percibidos.

    Esto se vuel­ve es­pe­cial­men­te com­ple­jo en el mun­do de Philip K. Dick don­de em­pre­sas y par­ti­cu­la­res se ven es­pia­dos por te­lé­pa­tas y pre­cos, per­so­nas con la ca­pa­ci­dad de la pre­cog­ni­ción, ya que es­tos es­ca­pan de esa po­si­bi­li­dad de ser per­ci­bi­dos. Los te­lé­pa­tas en tan­to leen la men­te de los de­más no son per­ci­bi­dos, pues es­tán fue­ra pe­ro den­tro de los de­más, mien­tras que los pre­cos en tan­to pue­den ver el fu­tu­ro no son per­cep­ti­bles, pues sus ac­cio­nes vie­nen de­ter­mi­na­das por con­tin­gen­cias fu­tu­ras de ac­ción que no po­de­mos vis­lum­brar. ¿Qué sen­ti­do tie­ne en­ton­ces la teo­ría de Berkeley? Por su­pues­to pa­ra Dick la tie­ne mu­cho ya que es uno de los pi­la­res ‑aun­que no el esen­cial, pues és­te es só­lo su casa- a tra­vés de los que sos­tie­ne Ubik co­mo nos de­mues­tra con la exis­ten­cia de anti-psíquicos; la na­tu­ra­le­za crea unas en­ti­da­des que no pue­den ser per­ci­bi­das pe­ro, a su vez, crea otras que in­du­cen que es­tas pue­den ser per­ci­bi­das por al­guien. Para que exis­ta un equi­li­brio real y jus­to en el mun­do to­da per­so­na de­be po­der ser ob­ser­va­da por otra al­guien pues, si no, se con­vier­te en in­vi­si­ble; si no exis­tie­ran los an­tip­sí­qui­cos en Ubik sea cua­les­quie­ra la cla­se de psí­qui­co que ac­tua­ra en el mun­do se­ría in­vi­si­ble, no se­ría, pues no ha­bría for­ma ma­te­rial de de­li­mi­tar­lo exis­ten­cial­men­te co­mo tal en su particularidad.

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