Nuestra labor en tanto sujetos que han padecido la injusticia es la de no olvidar nunca lo ocurrido pero esto se torna un problema cuando el no olvidar se enquista en el cerebro como un deseo de nunca avanzar. Claro que, en el peor de los casos, esto puede cristalizar en monstruos atómicos que arrasan una y otra vez la ciudad de Tokyo ante los cuales sólo cabe la defensa última: ponerse por encima de la naturaleza. Y justo aquí se sitúa el delirio menor de Warren Ellis también conocido como Tokyo Storm Warning.
Después de un ataque nuclear en el mismo seno de Japón una serie de monstruos gigantes se fueron gestando en el seno del mar y la tierra para acabar con el hombre que fue, como ellos, víctima del propio odio desproporcionado del otro. De este modo nace la Tokyo Storm Warning, un ala militar del ejercito de paz nipón a través del cual, con tres mechas gigantes, combaten contra las amenazas gigantes venidas de más allá de la naturaleza. Sus tres números son una continua lucha de misiles, láser, fuego y wrestling con monstruos gigantes tan confuso como orgiástico; una auténtica oda de amor hacia el desquiciado mundo kaiju más auto-consciente. Pero sólo al final del cómic nos encontramos la auténtica pasión de Ellis encapsulada en media docena de páginas tan sencillas como turbadoras; un espectacular a la par que absurdo giro final. No sólo los monstruos no son creados por la naturaleza sino que toda creación mediada por la mano del hombre es, en última instancia, fruto de la mente inquieta del imaginar como niños. La auténtica magia de Ellis está en ese discurso tímido, ínfimo, donde nos invita a ser capaces de seguir imaginando como niños.
Si olvidamos la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki estaremos dando pie a que EEUU, los valerosos guardianes universales de la moral, vuelvan a cometer un sucio genocidio escudándose en el bien común. Pero, por otra parte, si seguimos aferrándonos a ello como hasta ahora sólo conseguiremos perpetuar el pánico y el odio que nos llevarán a la muerte de nuestro último resquicio de cordura. Ante esta tesitura sólo cabe seguir mirando hacia el futuro con los ojos de un niño; con una mirada limpia que siempre ve aquello que es fantástico como si fuera la primera vez.