Ikaruga, de Treasure
A pesar de que atribuyamos todo el peso de la cultura humana a la razón, la realidad es que la intuición juega un papel tan decisivo en ésta como el que se produce por la racionalización de los acontecimientos de lo real. Cuando expresamos un pensamiento dado en alguna forma cultural dada, sea cual sea esta, no tenemos por qué estar expresando intelectivamente algo certero en esta expresión, sino que podemos componer a través de éste una cierta intuición indefectible a través de la cual hurgar en un sentido que sabemos ahí pero no conocemos en sí; cuando yo leo un texto puedo encontrar en él referencias intelectivas, propias de la razón, que sin embargo no estuvieran en ningún caso dentro de la intencionalidad que le es propia a su autor: toda forma cultural tiene una intuición expresada en la creatividad, en un subconsciente en acción constante. Es por eso que cuando hablamos de otras actividades podemos afirmar a su vez que la razón no juega necesariamente un papel en ellas, siendo esa la razón por la que podríamos considerar que cuando saltamos con Super Mario hacia una nueva plataforma no estamos haciendo un cálculo racional de cuanto debemos saltar ‑porque para ello habría que hacer un cálculo físico que se escapa de nuestras posibilidades en el instante- sino que realizamos un salto intuitivo, un salto de fe. Y erraremos tanto como acertaremos.
En el caso de los videojuegos de Treasure esta intuición es llevada siempre con la más estricta vigilancia de que jamás se solape con la razón más estricta. Al ponernos al frente de una nave espacial con la que liberar al mundo de una amenaza interplanetaria, nos dan dos posibles focos de actuación, el positivo y el negativo, con los cuales absorberemos las dos clases de balas equivalentes en un bullet hell imposible; la razón que impregna cada rincón de Ikaruga se sostiene precisamente en su realización del binomio esencial: cada uno de mis escudos me defiendes contra las balas de cierta clase, ergo yo tengo que ir intercambiándolo entre sí; y la razón llega a su culmen con la memorización imposible de cada tramo, con el cartografiar de forma radical cada instante del juego en sí para saber como actuar en la mayor economía de movimientos posible.