El piloto de Hiroshima, de Günther Anders
¿Cómo hablar de aquello que se resiste a ser pensado incluso cuando sabemos que ha ocurrido en la realidad? Aunque esta duda suene como una pretensión que va más allá de la experiencia inmediata, una acrobacia fenoménica para pretender alejarnos de lo estrictamente humano para entrar en el terreno de la filosofía ficción, en verdad es algo que puede ocurrirnos en cualquier instante: el mundo está lleno de experiencias que sobrepasan aquello que somos capaces de racionalizar. Aquellos actos que se escapan a toda escala humana de la razón, nos resultan impensables. ¿Cómo se puede hablar, ya no digamos actuar, si uno gana en la lotería varias decenas o cientos de millones de euros? Es algo imposible de racionalizar porque está más allá de lo que podemos comprender, incluso cuando lo anhelamos o sabemos que de hecho podría ocurrir en ciertas circunstancias determinadas por impropias que sean: es lógico que las reacciones sean impulsivas, torpes, estúpidas. ¿Cómo hablar entonces de lo más definitivo, de la muerte, sin dar un inmenso rodeo ante la imposibilidad de aceptarlo; cómo hablar pues entonces de lo más inmediato, el nacimiento, sin dar un inmenso rodeo ante la incapacidad de comprender lo que implica traer una nueva vida al mundo? Vivimos siempre al borde del colapso ante la imposibilidad de respuesta de las preguntas existenciales más relevantes.
No es posible explicar lo impensable. Es por eso que la poesía está llena de muerte, vida y milagros: donde el lenguaje común no llega, donde incluso la filosofía camina entre tinieblas, la vida poética de las palabras consigue arrancar algo de significado al mundo cuando éste se nos muestra como jugando una partida infinitamente más compleja de la que hasta entonces se nos había manifestado. Ese camino imposible es el que debe emprender todo hombre en algún momento de su vida, o deberá hacerlo si no quiere acabar fracasando en su periplo existencial.