Los dilemas en la vida son algo constante, ya sean dilemas sencillos como que ropa ponerte, dilemas éticos sobre que está bien y que está mal o dilemas de como matar a seres con regeneración celular. Éstas y otras preguntas de profundo calado intelectual son las que se cuestiona Damon Lindelof en Wolverine vs. Hulk.
El omnipresente Nick Furia encarga a Lobezno encontrar y asesinar a Hulk en una excusa argumental absolutamente innecesario. Un exploit brutal de hostias de adamantium y radioactivas bien adornado con misiles nucleares y muchos desmembramientos. Ésto y nada más es lo que nos ofrece esta boutade en forma de cómic. Hostias de un lado al otro del mundo enseñando cuantas tetas (y más voluminosas) sean posibles en un tour de force de hilaridad. Todo bien barnizado de mística new age de baratillo para tener alguna excusa argumental para poner osos panda y Hulk’s sin una subnormalidad galopante. Y todo funciona a la perfección incluso cuando se sosega y, en mitad de un dilema ético, se reconcilian las dos bestias marvelitas perdidos en el desierto. Un final anti-climático e imbécil que acaba como un chascarrillo inapropiado en una cena de gala.
Si algo es Wolverine vs. Hulk es un cómic en su estado más puro y honroso. Un desenfreno brutal de violencia diarreica que salpica con virulencia la cara de los defensores de «el cómic es un arte». La hilaridad pop mató a la estrella del cómic.