Si algo tiene en común oriente y occidente es la desatada pasión que provocan los concursos donde un grupo de anónimos ciudadanos deben superar pruebas de carácter físico en el menor tiempo posible. Por supuesto esto no es por ver a los apolíneos señores de turgentes extremidades sino por la irrefrenable diversión que desata el ver como esos mismos caballeros se dan hostias como panes. Partiendo de esa base Microsoft nos regala Doritos Crash Course, el juego más encantadoramente imbécil de XBLA.
Nuestro avatar tendrá que atravesar cinco pantallas diferentes divididas entre tres zonas ‑América, Europa y Japón- teniendo que ir desbloqueando progresivamente cada fase batiendo la anterior. En cada una de las fases hay justo lo que esperamos, un obsceno contubernio de toda clase de elementos que nos harán la vida imposible para que no podamos alcanzar el final de la pista. Como si de Ninja Warrior se tratara tendremos que saltar entre cuerdas, cadenas, usar trampolines, deslizarnos por pendientes y, al más puro estilo Grand Prix, esquivar mazas gigantes dispuestas a reventarnos la cara. Pero el gran problema es que el control del personaje es tosco ya que no se ha terminado de pulir lo cual hace que pasar alguna de las fases sea una tortura horrible, especialmente cuando vayamos a por el oro. Aun con todo es un juego tremendamente adictivo y divertido en el cual nos picaremos ‑a poder ser contra amigos, donde la cosa gana muchos enteros- para ver quien es capaz de batir todos los records. Un juego sencillo, sin grandes valores de ninguna clase pero que nos remite a lo mejor de los juegos de antaño: lo importante es que su jugabilidad sea férrea y bien ajustada. Y lo está.
No debemos dudar, después de todo, que lo más divertido de todo es ver como nuestros amigos ‑o por qué no, nosotros mismos- nos vemos irremediablemente aplastados por mazos que parecen imposibles de esquivar o dándonos de morros contra paredes que creíamos pasaríamos al dar un mal salto. Puede que la diversión primera sea superar los retos pero dentro de cada uno de nosotros está codificado el humor del slapstick; al final lo mejor es ver como nuestro avatar se estampa ante nuestra pantalla mirando como nos carcajeamos de él.