El horror punk murió inevitablemente después de que Misfits colgaran los instrumentos definitivamente con la marcha de Michael Graves. Ni los Misfits con Jerry Only al frente ni el auténtico tsunami de grupos que se han dedicado durante algo más de 20 años a imitarlo ha conseguido mantener con vida a un género que nació agonizante. La absoluta falta de cualquier criterio de diferenciación ha llevado al género a una auténtica ruina; a ser un género de un único grupo e infinitos clones. Pero entre los estertores aparecen Nim Vind para salvar la vida al eterno moribundo.
El grupo formado por los hermanos Kirkham tienen todos los tics de Misfits, ya bien sean estos un cantante con un impecable devylock o unos coros tan repetidos hasta la saciedad que podemos ver a kilómetros cuando van a entrar aunque sea la primera vez que escuchamos la canción; no abandonan ni por un segundo un legado que esgrimen con orgullo. Sin embargo no temen, en momento alguno, saltarse todo aquello que no sea absolutamente imprescindible o, peor aun, puedan obliterar cualquier sentido estético personal del grupo. Y es que, si de algo saben, es de auténticos saltos de fe, con un constante rockabilly que matiza el sonido del grupo se atreven con algunos matices psychobilly o country en la mayoría de las canciones que, finalmente, acaba por definir su estilo propio. Si además tenemos en cuenta la voz principal, dulce pero vigorosa, nos encontramos con lo que sólo cabría definir como horror punk sureño; una auténtica oda southern rock de terror hillbilly amable. El auténtico paraíso perdido del género no ha sido perdido y encontrando, sino que nunca antes se había perdido y, por primera vez, podemos hablar de paraíso en el mismo.
¿Como cabría definir a Nim Vind después de todo esto? Simplemente que es el único grupo de horror punk del mundo que suena como un cómic de la EC dibujado por un sureño y publicado por la Archie Comics. Una lluvia fresca en mitad del desierto que ha sido el género durante toda su existencia, que por fin conoce un grupo con los redaños como para saber hacer algo tan diferente como catártico. Sin campo no hay partido, pero sólo cuando los equipos se diversifican puede haber un juego digno de ser presenciado.