Rara vez nos preguntamos por las cualidades de la profesionalidad. Generalmente achacamos al concepto responsabilidad respecto del trabajo o con cobrar por hacer un trabajo dado, sin tener en cuenta que son conceptos coyunturales que no dotan de profesionalidad a nadie. Se puede cobrar por hacer un trabajo, como se puede hacer un buen trabajo, sin necesidad de ser profesional. Es algo que va más allá. La profesionalidad tiene más que ver con una responsabilidad adquirida, la consciencia de que se pueden emprender una serie de actos determinados de forma metódica, sin incumplir la palabra de aquello que se dice (poder) hacer según se ha demostrado en el pasado. Ser profesional es mostrar un valor adquirido. Por eso se habla tan poco de profesionalidad en la cultura. Al creador medio se le supone la profesionalidad, como se le supone al delincuente: quizás no sea un profesional, ¿pero acaso los no-profesionales no estarán ya aprisionados? Aprisionados, que no en prisión: hay sentimientos de encierro más profundos que el mero no poder salir a la calle —dijo el profesional.
El profesional como outsider, o del outsider como profesional, es retratado como constante con fruición en el trabajo de Michael Mann a lo largo de su carrera. Es natural, pues el mismo es, en tanto profesional, como outsider. Dado al noir con pasión, conociendo que allí se esconden verdades profundas que sólo se hacen evidentes en la profesionalidad al margen de senderos oficiales, no es de extrañar que sea francotirador de la imagen como sus personajes son apropiadores de lo ajeno: con efectividad fantasmática. El ladrón, como el director, de éxito no es aquel que se ajusta a escalas o estamentos, sino aquel que sabe cómo y cuando romper con las reglas establecidas para llevar a cabo aquello que reconoce único: su palabra. La palabra, lo único válido en un mundo habitado por hombres.