En un mundo turbulento y tan apegado a la mejora tecnológica como es el del videojuego en ocasiones menos es más. Menos originalidad, menos dificultad o, aunque eso vaya contra la misma noción de pasión tecnológica, menos recursos suponen un aumento en la diversión del juego. Así algo tan sencillo como un clon de Canabalt bien maquillado puede ser una auténtica mina de diversión, justo lo que nos demuestra este Epic Coaster.
En una montaña rusa recta, infinita e inconexa, comenzamos un viaje que necesariamente tiene que acabar en la muerte de nuestros pasajeros mientras, en segundo plano, vemos como inmensas construcciones siguen su rutina independientemente de nuestro mortal entretenimiento. Todo se dirige con una velocidad constante siempre adelante y nuestra labor es hacer los saltos lo más apurados posibles para aumentar con la mayor velocidad posible el número de metros recorridos y de puntos obtenidos. Así, sin ningún incentivo real para jugarlo después de quemar Canabalt hasta lo absurdo, nos da dos excusas para engancharnos de un modo irremediable: los logros y su candorosa estética. Los logros, que no sabemos cuales son, siempre nos incentivan a «una carrera más» para intentar descubrir cual es esa alocada consecución de acciones que nos falta por descubrir para acabar todo. Por su parte la estética es una naïf repetición de elementos en una suerte de sombras chinas bicolor cuyas tonalidades van cambiando según las horas del día cambian; los cambios de color según la caída de la noche o el amanecer del día, además de una preciosidad, son una peligrosa distracción que nos llevará en muchas ocasiones a la muerte.
Ese viaje sin frenos, sin posibilidad de supervivencia; ese ser para la muerte, nos lleva hacia la irresponsable meditación de que lo más importante es vivir el momento y siempre arriesgar al máximo. Nunca sabes cuando el próximo salto será el último por un fallo de cálculo por lo que, ante Epic Coaster, siempre deberá predominar una actitud de disfrutar cada instante en que nos mantengamos en las vías. Como en la vida, todo es saber calcular hasta que punto podemos correr riesgos. Y cuando todo acaba, podemos comenzar de nuevo.